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Por Orlando Maldonado

No voy a perder el tiempo. The Hobbit: The Battle of the Five Armies es tan decepcionante como sus dos predecesoras, pero no todo está perdido en el tercer y último viaje a Middle Earth. Esto, por supuesto, hasta que el estudio decida que hace falta una trilogía sobre Legolas. Cruzo mis dedos desde ahora para que no se haga realidad, confiado en que mi opinión llegará a la mesa redonda y se escuchará mi plegaria. Sí, claro. También la tomarán en consideración. Sobre todo.

Si estas tres películas resultan decepcionantes, es porque la trilogía de El Señor de los Anillos está muy cerca de la perfección. Al tratarse del mismo equipo detrás de aquella fantástica serie, las expectativas están inevitablemente por los cielos. El problema es que The Hobbit nunca logra canalizar, o tan siquiera emular, la grandiosidad y emoción de la trilogía original, resultando en una nueva serie cuyos mayores logros llegan en forma de “fan service”. Les pediré que no me malinterpreten. El “fan service” no es nada malo y a todos nos emociona, pero tu película no debería sustentarse de eso solamente. A todos nos gusta las ideas frescas, ¿no? Okay, no, pero ahí pretendemos llegar.

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The Battle of the Five Armies empieza justo donde terminó el capítulo anterior, con Smaug a punto de carbonizar el pequeño pueblo de Laketown mientras su valiente líder escapa con todo el oro y Bardo el marginado intenta derribar a la bestia. Mientras que la escena final de The Desolation of Smaug fue muy efectiva en crear suspenso, la continuación en The Battle of the Five Armies falla en recrear esa atmósfera. El dragón con personalidad que desafiantemente vociferaba “I am fire. I am death” ha sido reducido a una simple criatura causando destrucción a diestra y siniestra. El desenlace de la importante secuencia llega en solo diez minutos y carece de algún tipo de emoción.

¿No se suponía que aplaudiera cuando finalmente derribaran a Smaug? ¿Por qué no sentí nada?

La raíz de los problemas de esta trilogía podría radicar en el hecho de que el director Peter Jackson ha exprimido el material hasta más no poder, o tal vez la fuente no está hecha para ser adaptada a otro medio que no sea literatura. Ya sabes, el típico caso de “este libro no se puede adaptar sin antes meterle esteroides.

Además, la abrumadora sobreutilización de efectos computarizados en esta trilogía no se le acerca a la brillante combinación entre efectos prácticos y CGI de la trilogía original.

El protagonista – o el que el título sugiere es nuestro personaje principal – constantemente se convierte en espectador mientras otros personajes reciben un mejor desarrollo. Al finalizar la trilogía, Bilbo Baggins sigue siendo el mismo que era en la primera película; un hobbit ladrón y mentiroso. También sabemos que eso nunca cambiará. Entonces, ¿por qué enfocarse en un personaje que no atraviesa cambios? No hay duda de que es un personaje interesante y con gran potencial, pero de no ser por la simpática interpretación del británico Martin Freeman, el personaje habría quedado en el olvido. De hecho, más de una vez olvidé su existencia en el filme hasta verlo de nuevo. Pero reitero. La culpa no es tanto de la historia original, sino del que decidió que tres películas de casi tres horas eran la mejor manera de contar una historia que solo abarca aproximadamente 3oo páginas.

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Las escenas de acción vienen sostenidas frágilmente por un suspenso falso que rodea a los personajes que ya sabemos sobrevivirán para la próxima gran aventura. Esa es una de las limitaciones que viene con trabajar precuelas de historias que conocemos muy bien. Cada escena de acción en que Bilbo, Legolas o Gandalf se encuentran en medio del problema, es inevitable sentir que nos toman el pelo con suspenso que no debería existir, y es que todos sabemos que ninguno puede morir.

Legolas sigue siendo el “fan service” más obvio de estas películas desde su incorporación en el segundo capítulo. Sus escenas de acción son aún menos creíbles que en la trilogía original y hasta provocan risas entre el público. No, en serio. Una escena durante la batalla final en que el arquero intenta evitar caer al abismo parece sacada directamente de un episodio de Most Extreme Elimination Challenge (MXC).

Pero la acción poco creíble no es lo único que genera carcajadas entre la audiencia. Uno de los aspectos más importantes de la historia es drástico cambio de Thorin Oakenshield a causa de la enfermedad del dragón, y la manera en que se presenta en The Battle of the Five Armies se siente tan forzada que cuando llega su momento de redención apenas lo has empezado a detestar. Pero por supuesto, al final el guión manipulador le alimenta las palabras necesarias para aguarte los ojos.

¿Qué es esto? ¡Lágrimas falsas!

Pero como mencioné al principio de este lamento, no todo está perdido en el final de la trilogía. Regresar a Middle Earth siempre será algo que anticipe con ansias, y no importa cuán decepcionantes sean estas nuevas aventuras, no cambiará el enorme aprecio hacia aquellas obras de arte que estrenaron hace más de una década y nos invitaron a muchos por primera vez a un mundo extraordinario.