En diversos puntos de la historia de Downsizing, la nueva película del estadounidense, Alexander Payne (Nebraska), uno de los personajes principales es confrontado por una importante decisión que cambiaría el rumbo del resto de su vida. Le daría un nuevo propósito a su vida. Este es solo uno de los temas que explora la película, una con ambiciones enormes que, aunque tropieza en la ejecución de algunos de los diversos temas que busca explorar, se mantiene de pie gracias a un guión que, a igual que sus personajes, se rehúsa a aceptar la monotonía.

En un futuro no muy lejano, un grupo de científicos noruegos descubren una inusual solución al problema de la sobrepoblación del planeta y la consecuente producción de desperdicios que solo acortan nuestra estadía en él: encoger a las personas a solo cinco pulgadas e insertándolos en comunidades especialmente diseñadas para ellos, donde sus riquezas actuales serían al menos diez veces más que ahora.

Poco más de una década después de uno de los eventos históricos más importantes en la historia -comparado en la película con la misión que llevó al primer hombre a la luna- el matrimonio de Paul (Matt Damon) y Audrey (Kristen Wiig) Safranek están listos para dejar atrás sus aburridas vidas y dar el salto más importante de sus vidas. Cuando el procedimiento no ocurre como se había anticipado, Paul se encuentra solo en Leisureland, una mini-comunidad que promete a sus nuevos habitantes una vida llena de riquezas, comodidades y ninguna de las preocupaciones que lo acechaban en su otra vida. Como en toda sátira social, Paul está a punto de descubrir que este nuevo estilo de vida no es muy diferente al que dejaron atrás.

Describir a Downsizing como dos películas en una, sería restarle crédito a los guionistas, Alexander Payne y Jim Taylor, quienes han confeccionado una evolutiva historia de autodescubrimiento complementada por observaciones y preocupaciones ecológicas y un inesperado -pero siempre fresco- romance tan genuino como el calentamiento global que nuestro presidente se esmera en ignorar. Tanta ambición predispone a tropiezos, y Downsizing no está exenta de ellos, pero los supera. Repentinos cambios en la historia y las motivaciones de los personajes podrían tomar por desapercibido a la audiencia. No obstante, la cinta establece, desde el comienzo, que al menos un poco de inestabilidad emocional es casi un requisito para someterse al “downsizing”.

Por otra parte, el filme explora la necesidad del “downsizing” para comunidades marginadas, las que se encuentran con una realidad muy similar en un mundo significativamente más pequeño, pero igual de segregado. Aquí entra Ngoc Lan Tran (Hong Chau), una vietnamita sobreviviente y revolucionaria que limpia casas y emplea su tiempo libre y poco dinero a ayudar a aquellos que en poco tiempo ya han sido expulsados de esta farsa de una sociedad utópica. Lan Tran ha encontrado un propósito en su nueva realidad, y sirve como catalítico en el proceso de redescubrimiento del protagonista, aún cuando a
simple vista e interpretación, luzca como el completo opuesto. En ocasiones, la acción es recíproca, sin embargo, queda claro que Paul es el sujeto principal de este experimento.

Chau, estadounidense de padres vietnamitas innegablemente es -seguida de cerca por Christoph Waltz como un hombre que se niega a envejecer llamado Dusan- el acierto más grande de la película, la cual, en perfecto contraste con su título e idea principal, aborda ideas enormes con un corazón que le queda grande.

Downsizing forma parte del Festival Internacional de Cine de Toronto.

 

TIFF 2017: Crítica de Downsizing con Matt Damon
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