Con Aquaman, el director James Wan acoge cada uno de los elementos que el universo de películas de DC Comics habían evitado hasta ahora; los mismos que la hacen la más fiel y ambiciosa adaptación de un cómic que haya producido la marca desde su resurgir con Man of Steel en el 2013.

En la búsqueda de un término contemporáneo que mejor describa la más reciente propuesta del “DC Extended Universe”, me refugio en el adjetivo “extra”, que, según el poco confiable diccionario urbano, es sinónimo de “demasiado” y “extravagante”. Aquaman, dirigida por el estadounidense James Wan (Furious 7, The Conjuring), es el epítome del “blockbuster” moderno: dos horas y media de acción, humor, efectos visuales, un sinfín de mundos y un protagonista carismático capaz de convertir a cualquiera en creyente de su propia religión. Es el completo opuesto a rarezas como Mad Max: Fury Road y hasta Edge of Tomorrow, pero exactamente la dirección en que se ha dirigido en los últimos años el cine de acción y de superhéroes, evidenciado en la mediana acogida de los anteriormente mencionados.

La historia la conoces. Hijo de Atlanna – reina de Atlantis – y el guardián de un faro, Arthur Curry está destinado a unir ambas civilizaciones: una tecnológicamente avanzada que vive en el fondo del mar y la que poco a poco destruye la superficie que ocupa. Al menos así lo cuenta la leyenda que su madre, interpretada por Nicole Kidman, le relata a un pequeño Arthur justo antes de ser forzada a regresar a la civilización bajo agua de la que escapó, en un intento de rechazar un matrimonio arreglado. Esta es solo una de varias razones por las que Aquaman, a pesar del despliegue de testosterona que aporta Jason Momoa, es junto a Wonder Woman la cinta más feminista del DCEU, pero sobre esto un hablamos un poco más adelante. Un Steppenwolf derrotado y varios años más tarde, el verdadero heredero del trono de Atlantis es llamado a ocuparlo, y así, destronar a su medio hermano, Orm (Patrick Wilson), quien busca unir los diferentes reinos acuáticos en una guerra contra la superficie. Por supuesto, el camino no es tan sencillo como caminar, o en este caso nadar, hacia el trono y reclamarlo. No habría película de esta manera.

En el camino, el director se lleva a la audiencia en una fascinante y admirable travesía que incluye de todo lo que te puedas imaginar. En casi dos horas y media de película no escasean el melodrama, los “mommy issues”, el humor, las peleas de gladiadores, guerras de tronos, impresionantes secuencias de acción, música de Pitbull, un cover de “Africa”, el popular tema de Toto, una criatura mítica gigante interpretada por Julie Andrews (Mary Poppins) y un inesperado pero bienvenido comentario ambientalista que cae como anillo al dedo. Como entrada del Universo de DC Comics, y evidenciado con todos los elementos que intenta balancear, Aquaman es indudablemente la más ambiciosa de todas, y a la misma vez, lo más cercano al super exitoso Universo Cinematográfico de Marvel, cuya primera fase habría sido un perfecto hogar para esta divertida y liviana en historia propuesta del DCEU, nombre extraoficial de este universo compartido de superhéroes.

Amber Heard, James Wan y Jason Momoa en “Aquaman”

La reciente acogida de Venom y el inevitable éxito de Aquaman comprueban una incremental preferencia por este tipo de propuesta de acción fácil de seguir, cuyo mayor atractivo suele ser un despliegue de efectos visuales. Con esto en mente, Wan se inclina por el desarrollo de mundos que, desde Avatar, no creaba la ilusión de estar en un mundo completamente nuevo. En ellos, y en ocasiones encima de ellos, Wan dirige algunas de las secuencias de acción  mejor logradas del DCEU desde “No Man’s Land” en Wonder Woman (2017), demostrando nuevamente su habilidad de colocar la cámara en el lugar correcto y de seguir la acción sin abrumar a la audiencia. En el segundo acto, Wan oscila entre dos enfrentamientos, una persecución que toma lugar mayormente en los techos de un barrio de Sicilia y una pelea entre Aquaman y Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II), el villano secundario de la película. La fluidez de la cámara, evitando los cortes abruptos que suelen reinar en el cine de acción, en ocasiones simula el efecto de estar bajo agua, aún cuando la secuencia toma lugar en la superficie. Son exactamente estos toques lo que evitan que Aquaman caiga de lleno en lo genérico.

Al igual que Wonder Woman se preocupó porque Steve Trevor (Chris Pine) fuera más que un “sidekick”, o peor aún, un hombre en apuros, el guion de Aquaman reconoce que en el siglo 21 no basta con un interés amoroso. Aquí entra Mera (Amber Heard), quien es tan importante para la historia como el propio personaje titular. Para crédito del guion, Mera tampoco es reducida a una simple ayudante del héroe principal. En cambio, la historia toma el tiempo de justificar su rechazo al actual rey y su apoyo al verdadero heredero del trono de Atlantis, y en proceso, queda proyectada como una digna e inevitable futura reina. Entero crédito a Wan, quien reconoce las limitaciones de sus actores y moldea personajes que se ajusten a ellos, en lugar de esperar que suceda lo contrario.

En papel, el actor Jason Momoa cumple con la mitad de los requisitos de un héroe de acción. Hace apenas dos años, pocos lo habrían creído capaz de protagonizar una de las películas más memorables y divertidas del año.  Su carisma es innegable, y hasta cierto punto, irresistible. Su talento actoral, aunque limitado, es utilizado en la dosis necesaria, logrando proyectarlo como lo que ya sospechábamos desde Justice League; un Arthur Curry/Aquaman con el potencial de alcanzar un estatus similar al de Robert Downey Jr con Iron Man y Hugh Jackman con Wolverine. Khal Drogo y Conan the Barbarian a un lado, pues es Aquaman es rol que Jason Momoa nació para interpretar.

Aquaman ya se exhibe en las salas de cine de Puerto Rico, una semana antes que en Estados Unidos.

Crítica de AQUAMAN con Jason Momoa
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