Un Día de Mayo no es solo otra película puertorriqueña; para mí es un antes y un después en nuestra cinematografía. Es una de esas historias que se sienten valientes porque se atreven a tocar temas que pocas veces vemos en pantalla en Puerto Rico.
La historia sigue a Mayo, un artista y fotógrafo con un aura de misterio, que esconde un trauma de su niñez que nunca ha enfrentado. Todo cambia cuando conoce a Luna, una joven que despierta en él un amor profundo, pero también la necesidad de confrontar aquello que ha silenciado por años.
Lo que parece una historia romántica se convierte en un viaje emocional intenso. La película pone sobre la mesa la importancia de sanar para poder amar, y lo hace desde un ángulo pocas veces visto: la vulnerabilidad de los hombres. A nivel visual, la cinematografía refuerza ese estado interno de Mayo con imágenes cargadas de simbolismo, luz y sombra que acompañan su lucha. Esto se logra gracias al director de fotografía PJ López.
Un Día de Mayo’ me dejó pensando mucho tiempo después de salir de la sala. Es una película que habla del amor, pero también del dolor y la sanación. Una propuesta que rompe esquemas en el cine local y que merece ser vista, discutida y celebrada.
Las actuaciones de Paolo Schoene y Anoushka Medina son electrizantes. Desde que aparecen juntos, la química es innegable. Lo que Paolo logra con el personaje de Mayo es impresionante: cada escena lo desnuda emocionalmente un poco más, revelando grietas ocultas hasta que nos enfrentamos al corazón mismo de su dolor. Su formación en París y Berlín se nota, y sin duda lo veremos brillando no solo en el cine puertorriqueño, sino también en el internacional.
Por su parte, Anoushka le da vida a Luna con una fuerza magnética. Su personaje está escrito con líneas firmes y potentes, y ella las interpreta con una naturalidad que convierte a Luna en el complemento perfecto —y el desafío emocional más grande— para Mayo.
Todo esto es posible gracias al guion y dirección de Juan Esteban Suárez, quien logra transformar lo que aparenta ser una historia de romance en una exploración profunda del PTSD y la importancia de buscar ayuda para sanar. La película te hace discutir con los personajes, te provoca querer gritarles: “¡Ve tras de ella!” o “¡Él necesita ayuda!”. Y eso, para mí, es el signo de un cine vivo: cuando una historia te involucra tanto que no puedes quedarte indiferente.
Lo mejor de Un Día de Mayo es su desenlace. Nunca imaginas cuál es el trauma de Mayo hasta que finalmente se revela, y cuando lo hace, te golpea de una forma inesperada y devastadora. Es un final que te obliga a reflexionar, que se queda contigo más allá de la sala de cine y que, incluso días después, sigue rondando en la mente con preguntas sobre el amor, la sanación y las cicatrices invisibles que cargamos.
Un Día de Mayo no solo marca un nuevo nivel en la narrativa y la estética del cine local, también abre una conversación necesaria sobre el amor, la vulnerabilidad y la sanación.

