Lo que hace que Baby Driver sea como ninguna otra propuesta de este subgénero y del año en general, es como su director Edgar Wright implementa la música en la historia que quiere contar. Cada movimiento, línea de diálogo, persecución y disparo está ingeniosamente sincronizado con la música de fondo, pero no se trata de un simple truco o “gimmick” con el “soundtrack”, lo cual habría sido un fácil y temporero engaño al ojo y oído casual. La música, compuesta de un repertorio que incluye tanto títulos populares como otros más oscuros, es la misma que un par de audífonos disparan a los oídos de Baby, interpretado con carisma y familiaridad por Ansel Elgort (The Fault in Our Stars).

En un mundo lleno de violencia y cinismo, el director Sean Baker (Tangerine) te invita a observar el mundo a través de los ojos de Moonee (el excelente debut de Brooklyn Prince), una niña de seis años que se divierte en hotel de Orlando, Fl. como si se tratara de los parques de Disney. Para Baker, este “project” en las cercanía de los parques es una atracción en sí, en conjunto con algunos lugares emblemáticos de ese lugar que está tan cerca y tan lejos de aquel mundo mágico. Al igual que con Tangerine, Baker muestra interés en las comunidades que pocas veces se ven representadas en el cine.

Cientos, sino miles de películas ya han recorrido el camino que el director Martin McDonagh ha escogido para establecer su más reciente propuesta. Sin embargo, pocas logran la gesta de atravesar el tramo más largo con éxito, sin atajos ni desvíos forzados. Three Billboards Outside Ebbing, Missouri es tan incómoda como el acto de pronunciar el nombre en la boletería del cine, pero que esto no se interprete como una crítica negativa, porque entre un filme áspero y honesto y otro que prefiere ofrecer  una mirada superficial y manipuladora de una tragedia personal, siempre preferiré el primero. Lo que luce como una receta perfecta para el melodrama no podría estar en un polo más opuesto. Seguidores del guionista y dramaturgo británico podrán identificar el marcado humor negro de McDonagh -el cual le consiguió una nominación al Oscar en el 2009-, complementado por actuaciones que elevan el material cuando amenaza con caer en el discurso. Al final, el discurso logra colarse entre la honestidad de los diálogos del guionista, pero una intensa actuación de McDormand (en camino a su quinta nominación al Oscar), mantienen el material entre lo mejor del año.

En algún lugar al norte de Italia, revela un texto super impuesto, se desarrolla la historia de Call Me by Your Name, la más reciente película del director italiano, Luca Guadagnino (Io Sono L’Amore, A Bigger Splash), la cual bien podría ser la que defina la carrera del cineasta. Calmada y cuidadosamente, Guadagnino navega esa confusa y arrolladora, pero a la vez esclarecedora primera experiencia con el amor, y el resultado es un eterno romance cuyo lugar en los libros de cine ya está asegurado. Pero las verdaderas estrellas de la película son sus actores, liderados por una fantástica actuación de Timothée Chalamet, seguido muy de cerca por Armie Hammer y Michael Stuhlbarg. Este último es responsable de un monólogo en el tercer acto que no solo añade capas sobre capas a su callado pero sabio personaje, sino que también pone en perspectiva una historia que requiere paciencia y tolerancia.

¿Cuál es nuestro propósito en esta vida? ¿Cuál será nuestro legado cuando ya no estemos aquí? Pero más importante aún, ¿hacia dónde vamos? Estas preguntas, más bien preocupaciones, nos han acechado y mantenido despiertos durante la noche en algún momento de nuestras vidas. A unos, por supuesto, más que a otros. La ansiedad te ha levantado en medio de la noche, empapado en sudor e incapaz de escapar de las incógnitas cuyas respuestas son menos hirientes cuando nadie las intenta contestar. Cada amanecer viene con un impulso para levantarnos y continuar la casi siempre eterna búsqueda de nuestro lugar en este mundo. A Ghost Story, la más reciente propuesta del director y guionista estadounidense, David Lowery (Ain’t Them Bodies Saints, Pete’s Dragon), explora estas ansiedades mediante un acercamiento fantasmal, espiritual y enteramente original.

La imagen es familiar, pero el acercamiento de Lowery es algo que tal vez nunca hayas visto en el cine. La decepción será la orden del día para quien vaya buscando una historia de terror tradicional, con brincos y música estruendosa que ayuda a liberar tensión. Libros se caen en medio de la noche y eventos paranormales ahuyentan personas lejos de este hogar, pero las intenciones del director nunca han sido asustar a la audiencia con otra cosa que no sea la aterradora propuesta de que después de esta vida no hay nada; que la eternidad no es otra cosa que un episodio cíclico del que no tenemos control alguno. El fantasma observa lo que no puede cambiar y se vuelve impaciente, casi una analogía de la segura reacción de una audiencia general ante cine “arthouse” como este, el cual se va desenrollando más como poesía o canción que como cine de carácter comercial.

Lowery también está interesado en la brevedad de la vida y las características infinitas del tiempo, pero entrar en detalles sobre esto sería arruinar una de las más grandes sorpresas de la película, la mejor del 2017.

 

 

 

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