El director Bryan Singer regresa a la franquicia de X-Men con la promesa de obsequiarnos la película de superhéroes más importante en la historia del cine, pero dicha promesa llega en forma de una decepcionante secuela que deja atrás la simplicidad de su antecesora, X-Men: First Class, y nos lleva de vuelta a la sobrecarga de mutantes que caracterizó las primeras tres películas.
En X-Men: Days of Future Past pasa mucho, pero a la vez no pasa nada. Para el que necesite una explicación, ninguna de sus varias tramas se siente bien trabajada, dejándonos con lo que bien podría compararse a un motín durante una convención de mutantes o algo igual de confuso. La mayoría de estos nombres están ahí para complacer a los seguidores cuya preocupación principal es que su X-Men favorito no sea representado en pantalla grande. Aquí entran nombres como Blink, Colossus, Warpath y Bishop, cuyo tiempo en escena es tan limitado que te hace cuestionar la razón de haberle dado el papel al talentoso actor Omar Sy, aunque juzgando por la cantidad de pósters internacionales que protagoniza el reconocido actor francés, se podría tratar de una estrategia publicitaria para aumentar su éxito en el mercado internacional.
Aún cuando promete hacer algo diferente, Singer vuelve a hacer lo que ya se ha trabajado hasta el cansancio en las película anteriores; el intento de evitar que una nueva amenaza erradique la raza mutante. Para lograrlo, el profesor Charles Xavier (Patrick Stewart) y Magneto (Ian McKellen) envían la conciencia de Wolverine (Hugh Jackman) a habitar su cuerpo en los años setenta con ayuda de Kitty Pride (Ellen Page). La misión: convencer a un joven Charles Xavier consumido por la depresión de que ha viajado del futuro para evitar que las acciones de una rebelde Mystique desencadenen una serie de eventos que resultarían en la desaparición de los mutantes a cargo de las Centinelas de Bolivar Trask (Peter Dinklage).
La prometedora premisa se convierte en una problemática cuando la película se olvida por completo de la existencia de los que no conocemos la historia original y no hace nada por explicar cómo exactamente terminó la conciencia de Logan en su cuerpo medio siglo antes. Tampoco se trabajan las consecuencias directas del viaje en el tiempo, con excepción de la escena final. Durante toda la película, Wolverine y compañía cambian alteran constantemente el pasado con el simple hecho de estar ahí, pero las consecuencias nunca son exploradas.
No obstante, se debe otorgar crédito donde sea merecido. El hecho de que sea Logan quien realice el viaje del tiempo es justificado con una simple razón: Logan posee la habilidad de sanar sus propias heridas casi instantáneamente, lo que lo hace el único mutante que podría sobrevivir el viaje, aún cuando el mecanismo detrás del mismo se mantenga en secreto. No es que me moleste que Wolverine sea el protagonista de la mayoría de estas películas, pues su desempeño es siempre impecable, el problema es que aparte de X-Men: First Class, no existe otra película dentro de esta franquicia que haya sido capitaneada por otro de tantos personajes que existen en el universo de Marvel, lo que dice mucho de un estudio que prefiere jugarla de manera segura a apostar a lo diferente y refrescante.
Es una pena, pues Michael Fassbender y James McAvoy ya demostraron que son capaces de encabezar sus propias películas, y en esta película se encargan de dar forma a las ideas más interesante que presenta la película; olvidar el pasado y trabajar juntos por un bien común, así como ayudar a esos que quieres a regresar al camino correcto. Pero hasta aquí llega el desarrollo de personajes, pues con tantas cosas pasando a la vez, es casi imposible establecer una conexión con el público. Estos dos personajes podrían ser la excepción, y junto a Mystique se adueñan de cada escena en que aparecen. Las interacciones entre McAvoy y Fassbender son tan geniales como lo fueron en First Class, pero aquí son trabajadas a la prisa para dar paso a lo siguiente.
Entonces, ¿por qué introducir personajes nuevos cuando no hay tiempo para ellos? Este es e mal del que sufre el personaje de Quicksilver, encarnado por el estadounidense Evan Peters. Su tiempo es tan limitado que te hace pensar que solo está ahí para “fan service”. Tras protagonizar una de las pocas escenas memorables de la película, el divertido personaje desaparece por completo.
Si de memorable se trata, no se puede pasar por alto la batalla final, pero por razones no muy positivas. La misma incluye un estadio volador y un sinnúmero de situaciones que hacen poco sentido e ignoran la psicología de uno de los personajes mejor trabajados durante la primera parte del filme; Magneto (Michael Fassbender).
Afortunadamente, escenas como la que abre la película y gran parte del diálogo entre McAvoy, Fassbender y Lawrence pesan un poco más que aquellos detalles que le hacen daño.
Pero que no se me malentienda. X-Men: Days of Future Past no es una mala película, especialmente si se compara con otros desastres que ha producido la serie. Bryan Singer logra, para el beneficio de la franquicia, arreglar lo que X-Men: The Last Stand y X-Men Origins: Wolverine viraron patas arriba. La última y emotiva escena por sí sola es superior al resto de la película y justifica ingeniosamente el desastre que fueron ambas. Seas fiel seguidor o un simple y casual fan del cine, no podrás contener tu emoción y hará que la espera por la próxima entrega, X-Men: Apocalypse, sea una muy larga.
Por cada una de sus grandes fallas, X-Men: Days of Future Past compensa con un gran logro.