Crítica de Lady Bird: La tortura de crecer

Luego de una inexplicable larga espera, Lady Bird, una de las mejores películas del 2017, finalmente llega a las salas de cine de Puerto Rico aunque –también inexplicablemente- solo las de Fine Arts. Con su primer filme como directora, la también guionista Greta Gerwig nos muestra una versión ficcional de su adolescencia con este exquisito filme sobre la agonía de crecer cuando crees que te lo sabes todo, y estas a punto de entender lo equivocado que estas.

Ocurriendo en el 2002, cuando el impacto psicológico del ataque a las Torres Gemelas del 2001 seguía fresco, Saoirse Ronan (Hannah, Brooklyn) es “Christina McPherson” o mejor dicho, “Lady Bird” como insiste en que todos los llamen. Precoz, inteligente y deseosa de comerse el mundo, “Lady Bird” no puede esperar a largarse de su pueblo; escapar del “lado incorrecto de las vías del tren” como cinicamente llama su vecindario. Para lograrlo deberá sobrepasar varios obstáculos, el más difícil de todos siendo su propia actitud.

Vía astutos, rápidos y furiosos diálogos, Gerwing nos lleva a través del último año como estudiante en escuela superior de “Lady Bird”, quien se une al club de drama, intenta hacerse amiga de la chica más popular de la escuela, consigue su primer novio oficial y pelea con su madre…mucho.

Si Ronan es la vela que mueve la historia, Laurie Metcalf como “Marion McPherson” es el motor aunque “Lady Bird” la considere el ancla de su vida. La relación entre ellas es complicada, tierna, y toxica, a veces dentro de la misma conversación. “Marion” ama su hija dando la impresión que no le cae nada bien. Por su lado, “Lady Bird” no pierde ocasión de empujar los botones que encienden la rabia de “Marion”, para lo cual no se necesita mucho.

No tiene sentido que un tipo adulto puertorriqueño se sienta identificado con una joven mujer estadounidense pero, Gerwig desarolló personajes tan reales que varios momentos me transporte a mi propia adolescencia. Esas peleas contra nuestros padres porque pensamos no saben por lo que estamos pasando, cuando nos creemos que la vida es tan fácil como parece en las películas y que cada día será un episodio de F.r.i.e.n.d.s. cuando finalmente salgamos de la casa a nuestro propio apartamento, si tan solo alguien nos diera la oportunidad.

Las peleas entre “Lady Bird” defendiendo sus sueños de una mejor vida lejos de la familia y “Marion” tan brutalmente honesta lista para bajarle los humos a cada instante, porque ella misma tuvo los mismos anhelos, son épicas, y hasta difícil de ver. Sumen un simpático padre desempleado, un hermano emocionalmente alejado y su novia entrometida, y no es tan difícil pensar inmediatamente en la propia familia disfuncional, con la que no podemos vivir todo el tiempo pero jamás separarse por completo.

En una era en que tantos filmes sobrepasan su bienvenida, Lady Bird pudo beneficiarse de más duración pues Gerwig corre los meses con tanta prisa que algunos momentos pierden impacto al moverse de uno a otro sin mucha consideración. El final fue menos interesante de lo que esperaba aunque podría argumentar que me quedé con ganas de más en el buen sentido de la expresión.

Con lo que Gerwig supera tantas otras películas con el mismo tema es su valentía de ser honesta. “Lady Bird” no es ninguna heroína trágica, es una adolescente haciendo y diciendo las estupideces que hacen y dicen tantos adolescentes (como muchos hicimos en esa epoca de nuestras vidas). En algunos instantes hasta áspera y egoísta, “Lady” se mueve entre situaciones y personajes buscando su propio bienestar sin considerar los demás y justo cuando la vas a descartar, sale con una ternura como defender su madre ante los ataques del novio (Ella me ama mucho”) con cariño en su mirada.

Si hay una película que todo adolescente y sus padres –no necesariamente juntos- deben ver es Lady Bird. También los que gustan de buen cine, buenas historias, diálogos, y recordar la agonía de aquellos tiempos jóvenes cuando lo sabíamos todo pero nadie quería escuchar. Inmensamente recomendada.