En el 2016, un filme con personajes que irrumpen en baile y canto en medio de un evento cotidiano podría sonar un poco anticuado. Directores como John Carney (Once, Sing Street) se han encargado de renovar el musical, atándolo lo más posible a la realidad, aportando a la desaparición del rimbombante número musical que surge de la nada, donde protagonistas y extras bailan y cantan al unísono las emociones que persiguen a las figuras principales. Es en el mismo 2016 – año en que los superhéroes en el cine enfrentan consecuencias realistas a sus acciones – que Damien Chazelle, director de la emocionante “Whiplash”, ha escrito y dirigido una carta de amor al estado más puro y clásico del musical de los 50 y los 60 llamada “La La Land”, capitaneada por un dúo de protagonistas cuya versatilidad y alcance finalmente se puede explotar en su totalidad.
Emma Stone interpreta a Mia Dolan, una actriz aspirante que se desempeña como barista en un pequeño café en el lote de Warner Bros en Los Ángeles. La historia de Mia no es diferente a la de al menos una decena de musicales, balanceándose entre un trabajo que no disfruta y audición tras audición con el mismo resultado. Por otro lado, Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista de Jazz que sueña con abrir su propia barra con música en vivo, en un intento de revivir el moribundo género musical. El destino confabula para que ambos se encuentren constantemente, por primera vez en medio de la impresionante secuencia musical que abre la película, filmada completamente en una sola toma en una autopista. Cuando finalmente se rinden ante los planes del destino, nace una de las relaciones más genuinas que se haya concebido en el cine contemporáneo.
La historia de La La Land se desarrolla en tiempo actual, pero Chazelle encuentra la forma de celebrar – por medio de tono, música e incluso elementos de la trama – los grandes musicales de la época dorada de Hollywood. Pero aún así, el ganador del Oscar por su guión de “Whiplash” desarrolla un romance moderno y real entre personajes que ingeniosamente siempre encuentran la manera de recordarnos que se trata de una pareja de mileniales. Chazelle ha intercambiado el trabajo de mesera por el de barista, aludiendo al movimiento hipster, pero mantiene ciertos elementos de la vieja escuela como el clásico que maneja Sebastian versus el Prius de Mia. De la misma manera, Chazelle trabaja su relación con un toque más realista al que nos tienen acostumbrados los musicales. La película nos invita a reflexionar sobre nuestros sueños, los sacrificios que conllevan o cómo balancearlos con la realidad, donde el final no siempre es una situación donde todos ganamos. Chazelle enfatiza en esto con una de las secuencias más importantes de la película: un final alterno donde las decisiones que se toman en la trayectoria han sido alteradas.
La calidad de un musical la dicta, en gran parte, la calidad de las canciones y coreografías. Desde el saque – una espectacular secuencia en la que decenas de personas bailan en las capotas de sus automóviles – queda claro que Chazelle, el compositor Justin Hurwitz y la coreógrafa Mandy Moore no buscan renovar el género, sino celebrarlo por todo lo alto mientras le inyectan un poco de vida. Chazelle, aficionado del Jazz y baterista frustrado al fin, vuelve a trabajar con el género musical en el centro de la historia, lanzando referencias a Charlie Parker, también referenciado en su otro filme, “Whiplash”. J. K. Simmons también hace una corta aparición como el jefe de Sebastian. Contrario a sutil, el rol de Simmons, aunque pequeño, es una gran distracción.
Es casi imposible imaginar a Miles Teller y Emma Watson en los roles principales. Ambos estuvieron en negociaciones hasta que Chazelle, según cuenta Teller, decidió que no era la elección correcta, y no se equivocó. En su tercera colaboración en la pantalla grande, la química entre Gosling y Stone está más fuerte que nunca, retando fácilmente a Fred Astaire y Ginger Rogers, dos incuestionables inspiraciones para Chazelle a la hora de crear estos personajes. Gosling es un convincente pianista y bailarín, mientras que Stone, su carisma y su dulce voz contrastan de maravilla con la frialdad de Gosling. Pero más importante aún, el filme sirve de vehículo para explotar sus talentos al máximo y finalmente catapultarlos al estrellato, como solían hacer los grandes filmes de estudio de la época dorada celebrada en “La La Land”.
Declarar que “La La Land” pierde impulso en el tercer acto solo añade alabanza a la primera mitad de la película. Llegando al final, el filme cambia los números musicales por la parte alta y menos emocionante de un romance. Sin embargo, el mensaje que Chazelle quiere llevar está más claro que el agua, y lo puntualiza con un número en solitario en el que Stone asegura que su nombre aparezca en la conversación sobre los premios Oscar una vez arranque oficialmente la temporada de premiaciones.