Imagina el tercer acto de la película “Reservoir Dogs” de Quentin Tarantino, y ahora estíralo durante una hora y media. A esto añádele un poco más de tensión, aumenta el conteo de cuerpos, pero más importante aún, aumenta el conteo de balas. Esto es “Free Fire”, la nueva película del director inglés Bean Wheatley (Kill List, High Rise), quien se rehúsa a seguir la fórmula de los grandes estudios de cine y se proclama, luego del estreno de la película en el Festival Internacional de Cine de Toronto, como uno de los actuales pioneros del cine de género. Su más reciente pieza, protagonizada por la ganadora del Oscar, Brie Larson, regresa al director a un estilo de narración más tradicional que el de su pasada propuesta, la adaptación de de la novela homónima de J. G. Ballard.
Free Fire – con uno de los títulos más literales del año – se desarrolla en Boston en el año 1978, donde dos bandas de criminales se reúnen en un almacén abandonado para llevar a cabo una transacción de armas entre dos soldados de la IRA, personificados por Cillian Murphy (28 Days Later) y Michael Smiley (Kill List) y un dos traficantes de armas, interpretados por Sharlto Copley (Hardcore Henry) y Ord (Armie Hammer). La transacción fue organizada por Justine, interpretada por Brie Larson como el completo opuesto al rol que le consiguió el Oscar el pasado mes de febrero. Desde el momento en que ambas pandillas se encuentran, es evidente que es sólo cuestión de tiempo para que lo que debe ser una transacción se convierta en un mortal intercambio de balas. Después de todo, se trata de 12 hombres y una sola mujer en un sólo lugar y la ley de probabilidad sugiere que en cualquier momento, uno de los hombres echará todo a perder.
Wheatley construye el suspenso durante media hora con pequeños roces entre ambas pandillas de criminales, usualmente iniciados por Stevo (Sam Riley) y Harry (Jack Reynor), dos secuaces impulsivos que traen más problemas que soluciones a sus propios bandos. Una riña pre-existente entre ambos amenaza con ser el detonador de un intercambio de balas, donde Ord, la voz de la razón, se desempeña como intermediario hasta que finalmente se escapa la primera detonación. Como un baile coreografiado con meses de anticipación, comienza un tiroteo que haría sentir orgulloso a Tarantino. Cada intercambio de proyectil, sea proveniente de una AR-17 o de un revólver, viene acompañado del humor británico que distingue al director de “Sightseers”.
Larson y Murphy encabezan uno de los elencos mejor confeccionados del año, pero en una pieza de elenco, solo el fenomenal resalta. Como los miembros más volátiles de sus respectivos grupos, Sam Riley (Pride and Prejudice and Zombies) y Jack Reynor (Transformers: Age of Extinction) le arrebatan la película de las manos al resto del reparto. Adictos al fin, Stevo y Harry son el tipo de matones que con consumiría el tipo de drogas que te afectaría los sentidos en medio de un enfrentamiento a tiro limpio. Concedido, esto provee algunos de los momentos más jocosos de los 90 minutos de duración de la película, incluyendo una secuencia dentro de una camioneta en medio de un intento de escape que mereció aplausos de una audiencia de media noche que recibió el filme de violencia desenfrenada con vitoreo y alabanza para Wheatley.
Si en algo falla Wheatley es en proveer un poco de profundidad al grupo de personajes coloridos, cuyos únicos rasgos disponibles para la audiencia son aquellos que se pueden representar durante los últimos 90 minutos de sus vidas. Afortunadamente para el director y guionista, la carencia de desarrollo de estos individuos añade a uno de los elementos que mantiene el filme refrescante cuando las reglas del cine dictan que no debería serlo, y es el incertidumbre de no saber quién saldrá con vida de esta guerra, si alguno.