Crítica de Rogue One: A Star Wars Story

La ausencia de una introducción en letras amarillas anuncia, desde los primeros segundos, que “Rogue One: A Star Wars Story” es realmente lo que el estudio tuvo la intención de hacer desde un principio: un filme derivado de Star Wars con sus propios méritos. Donde “The Force Awakens” se sostuvo con nostalgia y una fórmula parecida a la de la primera película de “Star Wars”, el director Gareth Edwards encuentra un balance entre innovación y pequeños detalles con los que ya estamos familiarizados, a los cuales es imposible resistirse. Después de todo, el propósito de estas películas no es solo rellenar entre episodios, sino expandir un universo donde las posibilidades parecen ser infinitas.

“Rogue One” cuenta la historia del grupo de rebeldes que completó la insólita misión de extraer los planos de la Estrella de la Muerte, para así conocer sus debilidades. Su misión fue exitosa, esto lo sabíamos ya. La introducción en “A New Hope” hace referencia a la importante hazaña de este grupo de rebeldes. Sin esto, Luke Skywalker no habría sabido a donde disparar durante el tercer acto de la primera película. Pero “Rogue One” es la increíble historia jamás contada (hasta ahora) de cómo Jyn Erso (Felicity Jones), la hija del ingeniero que encabezó la construcción de esta arma mortal, lidera un escuadrón de rebeldes en una improbable misión suicida. Pero como todo en este universo, la misión es un trabajo en equipo. Aquí entra el Capitán Cassian Andor (Diego Luna), un espía de la Rebelión que ha hecho cosas imperdonables en honor a la causa, y K-2SO (Alan Tudyk), un androide imperial reprogramado para servir a los rebeldes. Completan el grupo un piloto imperial con un mensaje importante para la Rebelión, un monje que sirve a la fuerza sobre todas las cosas llamado Chirrut Îmwe (Donnie Yen) y su amigo y protector, Baze Malbus (Wen Jian).

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Existe una diferencia entre el “fan service” y el tipo de homenaje que se siente natural. No es decir que “Rogue One” no emplea el factor nostalgia, pues lo hace tanto como “The Force Awakens”. A diferencia de la propuesta de J. J. Abrams, la cual repitió los tres actos de “A New Hope” con nuevos personajes, Edwards toma una historia cuyo final ya conocemos y expande dentro de ella. La presencia de algunos favoritos de los fanáticos como Darth Vader – cuya presencia fue anunciada en los trailers – se siente natural, o sea, la dirección lógica a tomar. En especial, una secuencia en el tercer acto que fácilmente pasará como una de las más icónicas con el popular villano. James Earl Jones vuelve a proveer la voz para Vader, pero sólo fanáticos podrán entender la emoción que corre por el cuerpo al verlo una vez más en pantalla.

El guión de Tony Gilroy y Chris Weitz deja atrás el concepto de “destino” e introduce una serie de personajes memorables, cada uno de ellos con un propósito para estar ahí. Los une e impulsa un deseo genuino de reestablecer el balance en la galaxia. Más allá de carisma – una de las grandes razones detrás del éxito de Rey y Finn – es la empatía que la audiencia siente por ellos lo que logra una conexión más fuerte. Sabemos como termina, pero la incertidumbre de conocer su rumbo después de la gran batalla final – una de las más visualmente impresionantes de toda la serie – ayuda a mantener el filme vigente y provee un tono más adulto. Por primera vez desde el 1977, existe una película de “Star Wars” que no necesariamente apelará a los niños. A quien sí apelará, sin embargo, es a esos fanáticos con la habilidad de reconocer hasta el más pequeño detalle que Edwards ha colocado cuidadosamente especialmente para ellos.

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Una vez más, el drama familiar vuelve a estar en el núcleo de la historia. Aunque separados por el tiempo y la distancia, la relación de padre e hija entre Galen y Jyn es una de las más grandes fortalezas de esta película. Pero no se ha llegado aquí por obra y gracia de La Fuerza. Por medio de dulces sobrenombres y dos actuaciones convincentes, la película logra vender el amor invencible de un padre hacia su hija, tema que reaparece más fuerte en el tercer acto, proveyendo con una ingeniosa revelación el primer golpe emocional de varios, unos más efectivos que otros.

Aún con la presencia del villano más popular de la galaxia, la película se toma el tiempo – aunque limitado – de desarrollar al villano principal de esta historia. Como el Director Orson Krennic, el australiano Ben Mendelsohn interpreta a un villano motivado por orgullo y ambición. El encargado de diseñar un superláser capaz de destruir planetas es uno de los más crueles y manipuladores villanos que haya nacido en esta galaxia. Lamentable para las habilidades del siempre excelente Ben Mendelsohn, su tiempo se ve limitado. Esto no le impide al actor veterano a dejar una impresión perdurable. Sus conversaciones con el ingeniero Galen Erso (Mads Mikkelsen) son diálogo exquisito.

Aunque se toma tiempo para desarrollarlos, el guión cierra el arco de varios personajes de manera abrupta. Aquí no es donde único falla la película, cuyo primer y segundo acto comienzan a sentirse elongados justo antes de entrar en una secuencia de acción. Aquí es donde Edwards coloca sabiamente sus “easter eggs”, los cuales pasarán indetectables por una audiencia más general. Fanáticos, sin embargo, podrán decir que el más reciente viaje a una galaxia muy, muy lejana se pasea entre los más emocionantes.