El cine latinoamericano continua demostrando que no tiene nada que envidiarle al europeo, anglo o estadounidense en ningún género – no es casualidad que varios de los mejores creativos en los últimos años detrás de la cámara en la industria sean de sangre hispana (Barbara Muschietti, Andy Muschietti, Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón, Emmanuel Lubezki, por decir solo algunos). Con Todas las Mujeres Son Iguales, filme de la hermana República Dominicana, se prueba en la comedia, y aunque nunca alcanza el nivel que promete su concepto, cumple su propósito de provocar risas de principio a fin… y eso es todo, no esperes más de ella.
Una secuela/spin-off de la comedia Todos los Hombres son Iguales, vemos a “Yoli” (Nashla Bogaert) de vuelta como protagonista y no de premio a ganar por los hombres del primer filme. En lugar del final feliz prometido por “Joaquín” (Christian Meier – si parpadeas te lo pierdes), descubrimos que “Yoli” fue engañada casi inmediatamente, provocándole un arrebato de rabia que la deja atrapada en su país mientras su madre e hijo se quedan en Canadá. En el funeral de “Manolo” (Frank Perozo, uno de los cuatro protagonistas de la primera) “Yoli” conoce a “Julia” (Lia Briones), una joven a punto de casarse, “Mary” (Iris Peynado), la liberada tía soltera y adinerada de “Julia”, y a “Pachy” (Cheddy García), una ama de casa con un aburrido marido y tres gritones e inquietos hijos.
El cuarteto inmediatamente conecta, por lo que invitan a “Yoli” a pasar un fin de semana en La Romana para celebrar el fin de soltería de “Julia”. Lo que las chicas ignoran es que “Miguel” (Kenny Grullón), el esposo de “Pachy”, y “Christian” (Thomas Vilorio), el prometido de “Julia” contratan a “Tito” (Perozo, también de regreso), hermano gemelo de “Manolo” y detective privado, para vigilar sus andanzas luego que una accidental llamada por celular los haga pensar que las intenciones de las mujeres no son tan inocentes como aseguran.
Dividida en varios capítulos, Todas las Mujeres Son iguales es una “película de fiesta” que combina varios conceptos como confusiones de identidad, “pez fuera del agua”, rotura de la cuarta pared, y abuso accidental de drogas para causar situaciones embarazosas y escenas alocadas de desenfreno. Lamentablemente también descansa en viejos clichés que ya deberían morir, como el “gay depredador” que dejó de ser genuinamente gracioso en los 80’s y ahora solo demuestra vagancia del guion para provocar risa fácil.
Afortunadamente, la química entre sus protagonistas y sus respectivos carismas mantienen a flote lo que pudo ser una comedia mucho más introspectiva sobre las relaciones amorosas y el rol de la mujer en la sociedad. En algunos momentos sentí que Todas las Mujeres son Iguales quiso ser la “Sexo Pudor y Lágrimas” de esta generación pero a mitad de camino se rindió prefiriendo ser “Las chicas de Sex and the City se van de fiesta como las Bad Moms hasta que cogen un The Hangover”.
Eso no tiene nada de malo excepto que el inmenso talento en escena se desperdició al no tratar de ser algo más que mujeres lidiando con falos falsos, alcohol, y drogas, con algunos momentos fallidos de romance.
Por otro lado, el director David Maler (Reinbou) continúa en ascenso al mantener un ritmo firme –una inmensa razón por la cual Todas las Mujeres Son iguales funciona es la forma en que Maler compone cada secuencia, sacando el mayor provecho de la situación con transiciones de escena, cámara lenta, y giros de la trama, entre otras técnicas, que mantienen la atención del espectador justo donde la quiere, sin desperdiciar espacio ni abusar de estas. Aparte de buen diseño de produccion, y una divertida banda sonora que merece una escuchada por si misma.
Al fin y al cabo, el propósito de una comedia es hacernos reír y si mis carcajadas no son suficientes para ustedes, crean en las de mi esposa, que quedó encantada y, por primera vez en nuestros 14 años de matrimonio, me pidió ver una película otra vez de inmediato. ¡Alcoholizadamente recomendada!