No muchas personas conocen la historia del deportista olímpico, Eddie Edwards, pero los que sí, irán a “Eddie the Eagle” en busca de elementos que refresquen una historia cuyo final está plasmado en las páginas de Wikipedia y en los libros de historia deportiva. Este es el problema que enfrentan la mayoría de las películas que se inspiran en eventos verídicos o se basan en memorias y reportajes de algún acontecimiento o personalidad. El obstáculo también está presente en historias sobre deportistas que deben vencer adversidades par alcanzar sus metas. Todas deben buscar elementos que refresquen la historia y hagan del camino hacia el final uno digno de cruzar. “Eddie the Eagle”, la más reciente película del estudio 20th Century Fox en estrenar en los cines de Puerto Rico explora caminos que ya hemos recorrido antes, pero añade ingredientes que mantienen fresca una historia que acoge los clichés más famosos de relatos inspiracionales, pero inteligentemente los celebra. La más evidente, es una poderosa actuación del protagonista, el actor galés Taron Egerton, quien asombró a todos el año pasado con “Kingsman: The Secret Service” y arranca este nuevo año con planes de hacerlo otra vez.
Taron Egerton personifica a Eddie Edwards, un joven de 22 años que desde pequeño soñó con ser parte de los juegos olímpicos. Al igual que en muchas de estas historias, Edwards contaba con el apoyo de su madre, pero no necesariamente con el de su padre, un hombre cabeciduro que insistía en que trabajara con él como yesero, trabajo que realizaba con mucha honra. Por supuesto, en toda historia de superación deben existir obstáculos de este tipo para que el esfuerzo valga los sacrificios.
Al percatarse de la falta de un equipo de Salto en Esquí que represente a Gran Bretaña en los Juegos Olímpicos de Invierno del 1988 en Canadá, Eddie decide perseguir su sueño de competir en unos juegos olímpicos. Su meta, sin embargo, es muy diferente a la de otros competidores, lo que le consiguió el apoyo incondicional del público alrededor del mundo, quienes lo apodaron Eddie “The Eagle” Edwards. Con la ayuda del atleta retirado Bronson Peary (Hugh Jackman), Eddie entrena para conquistar sus sueños y a la vez, al público presente en Calgary, Canadá.
Una historia inspiracional que te invita a luchar por tus sueños hasta el final nunca está demás, especialmente cuando llega de sorpresa durante los primeros meses del año para acabar con la práctica de desechar los títulos más problemáticos de los estudios de cine. Si por cada “The 5th Wave” nos llegara un “Eddie the Eagle” para matar el mal sabor, los meses de enero y febrero podrían adquirir un nuevo significado entre cinéfilos. Tampoco es que la película del director Dexter Fletcher sea merecedora de premios, pero es una competente historia que cumple con su propósito: inspirar a jóvenes mientras entretiene a su audiencia con un relato que, aunque emplea una fórmula familiar, resalta gracias a una impecable actuación por parte de su protagonista, quien demuestra por segundo año consecutivo que es capaz de destacarse entre actores de calibre como Hugh Jackman y Colin Firth.
Tras haber personificado a un espía del estilo y calibre del Agente 007 en la divertidísima “Kingsman: The Secret Service”, el novato Taron Egerton luce irreconocible detrás del bigote y gestos peculiares de Eddie Edwards, un hombre torpe e inocente con una carisma que lo convierte en el centro de atención donde quiera que va. La transformación física de Egerton sin la necesidad de invertir horas en el departamento de maquillaje y vestuario es uno de esos elementos refrescantes de una historia que constantemente corre el riesgo de ser descalificada por tratarse de un relato tan viejo como el frío. Sin embargo, la irregularidad de este personaje – plasmada con naturalidad por Egerton – es ese elemento fascinante del cual no te puedes alejar. Estas mismas irregularidades son usualmente un arma de doble filo, pues siempre se corre el riesgo de convertir el personaje en una caricatura, pero aquí es donde Egerton demuestra su calibre con un aterrizaje digno de puntuación perfecta.