Crítica: COLOSSAL con Anne Hathaway

La más reciente propuesta del director español y ganador del Oscar, Nacho Vigalondo, te dejará rascándote la cabeza en desconcierto, emulando el tic nervioso de la protagonista, personificada por una excelente Anne Hathaway. Luego de darse a conocer con filmes pequeños como “Los Cronocrímenes” y “Open Windows”, Vigalondo apuesta a una audiencia más inclusiva con “Colossal”, un ambicioso reguero de proporciones gigantes que balancea un repertorio de ideas con potencial, pero que nunca logra desarrollar efectivamente. Aún así, la mera presencia de estas ideas y la historia que se desarrolla a su alrededor son lo suficientemente atractivas para cautivar la atención de un público destinado a rebuscar entre las diferentes interpretaciones de la película hasta encontrar una que mejor aclare sus incógnitas. Las intenciones de Vigalondo nunca están del todo claras y en conjunto no cabrían en la cabeza de una persona, pero simplemente descartar “Colossal” por sus fracasos sería ignorar los aciertos de un fascinante híbrido entre dramas y filmes sobre monstruos gigante que atacan la capital de Corea del Norte.

Hathaway interpreta a Gloria, una escritora fuera de rumbo y dependiente del alcohol que regresa a la casa de sus padres con la intención de enderezar su vida. Comparaciones con su personaje en el drama “Rachel Getting Married (por el cual recibió su primera nominación al Oscar) llegarán naturalmente, pero el elemento sobrenatural de “Colossal” asegura que el único paralelo entre ambas películas sean la ineficiencia de ambas protagonistas a la hora de cambiar el peligroso rumbo de sus vidas. De esta manera arranca “Colossal”, con la promesa de un filme que explorará un tema delicado con un giro atrevido, refrescante y el punto de atracción para la audiencia general. Pero Vigalondo destruye sus ideas tan rápido como las introduce, y con la llegada de Oscar (Jason Sudeikis), un amigo de la infancia de Gloria, también llegan un inventario de declaraciones del director sobre el acoso, adicciones, relaciones tóxicas y hasta acoso cibernético. Todo esto, mientras la protagonista intenta descifrar si existe una conexión entre su situación actual y el ataque de un enorme kaiju en la ciudad de Seoul.

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De primera instancia, la llegada de Oscar a la vida de Gloria en medio de su recuperación luce como el empuje que siempre hace falta para tomar decisiones que alteran el estilo de vida. Ahora dueño de la barra que alguna vez perteneció a su padre, Oscar le ofrece su primer trabajo en un año como mesera, e incluso la ayuda a empezar a amueblar la casa donde creció, pero que ahora sus padres rentan. Cuando la primera señal de una conexión entre ella y los ataques en Seoul primer se planta en la cabeza de la protagonista, y consecuentemente en la cabeza de la audiencia, el filme comienza a sentirse como una interesante y extrañamente efectiva metáfora sobre los efectos de la depresión y el alcoholismo en la persona que los sufre y las personas a su alrededor. Gloria despierta todas las mañanas con resaca para descubrir que ha vuelto a causar caos y destrucción en Seoul, pero la sencilla metáfora se desvanece y nos toca a ver a dos adultos con actitudes erráticas destruyendo todo lo que sale a su paso, no muy diferente a la pareja de kaijus que se enfrentan en la ciudad de Seoul como en los clásicos de Toho.

Oscar, al igual que el acosador cibernético que posee información personal con la que amenaza a sus víctimas, deja de ser soporte emocional cuando Vigalondo decide que tiene algo que decir sobre relaciones tóxicas y personas que ejercen el poder de manipular a aquellos que muestran algún rastro de vulnerabilidad. Aquí es donde “Colossal”, que hasta ahora había funcionado como una interesante mezcla de dos géneros heterogéneos, comienza a perderse en sus propias ideas.

En papel, “Colossal” no tiene derecho alguno a funcionar, pero es imposible resistirse a las ideas medio trabajadas de Vigalondo y la excelente química entre Hathaway y Sudeikis. Es fascinante como el director y guionista, quien nunca había trabajado la comedia, aprovecha al máximo las habilidades de Sudeikis como comediante, quien es más gracioso en un drama/película de desastre que en la mayoría de sus comedias post Saturday Night Live. Hathaway, en contraparte, no había estado tan convincente desde que ganó el Oscar por “Les Misérables” en el 2013. Su interpretación de una mujer rota en una lenta pero segura transición a heroína es uno de los trabajos más sobresalientes del 2016. Es una lástima que las ideas de Vigalondo nunca se sincronizan con una de las actuaciones más importantes del año.