Crítica: Manchester by the Sea con Casey Affleck

Casey Affleck oficialmente se colocó en la delantera de la carrera por el Oscar con “Manchester by the Sea”, un complejo y honesto estudio del dolor causado por la pérdida, los devastadores efectos de la depresión y la madurez. Pero estos son sólo algunos de los temas que la nueva película del director y guionista, Kenneth Lonergan (Margaret), explora con el respeto y la delicadeza de un experto artesano. Pero al igual que el artesano sólo puede producir un producto de igual calidad que las herramientas que utiliza, el íntimo guión de Lonergan es complementado por una actuación tan poderosa que marcará una nueva etapa en su carrera del protagonista de películas como “The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford” y “Gone Baby Gone”.

Affleck personifica a Lee Chandler, un hombre que de la noche a la mañana debe hacerse cargo de su sobrino tras la muerte de su hermano (Kyle Chandler). Nuestra primera impresión de Lee es que no está conforme con el giro que ha tomado su vida en los últimos años. Lee se desempeña como “handyman” de una variedad de complejos de apartamentos, donde le pagan el mínimo y le proveen vivienda, si por vivienda pudiéramos referirnos a un pequeño cuarto en el sótano de uno de los edificios. Lee no puede salir a darse una cerveza sin meterse en una pelea; tampoco puede arreglar una filtración de agua en un baño sin insultar a la inquilina. Pero la situación de Lee es mucho más compleja de lo que vemos a simple vista, y este es uno de los elementos con los que juega Lonergan. Lee es un tipo complejo, compuesto de muchas capas, las cuales Lonergan decide revelar paulatinamente, en el momento más oportuno. Justo cuando crees tener una opinión formada sobre el menor de dos hermanos, Lonergan te obliga a indagar un poco más.

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Descifrar la historia de trasfondo de Lee es como armar un rompecabezas, donde las piezas principales son eventos trágicos que lo han ido formando, o por carencia de una mejor palabra, desconfigurando. Lee es un tipo perdido, pero cuando la tragedia (esta vez esperada) vuelve a tocar a su puerta, se ve obligado a enfrentar viejos fantasmas. Todos hemos estado ahí, y por eso es tan fácil verse reflejado en el personaje de Lee Chandler. En algún momento de desesperación, toda persona busca resguardo dentro de un caparazón que se va endureciendo con el tiempo. Cuando llega la hora de salir del caparazón, al mundo real y los problemas que se han evitado, reaparecen esos viejos fantasmas.

Lonergan se toma su tiempo con las diferentes capas que conforman a Lee. Revelarlas unas muy cerca de la otra pudo haber resultado en uno de esos melodramas abrumadores cuyo único propósito es hacerte llorar. Pero Lonergan destapa la olla con paciencia y mucho cuidado, dejando escapar humos que evitan que la cosa entera estalle antes de tiempo. Cuando estalla, haciendo referencia a un emotivo y revelador diálogo entre Lee y Randi, su ex-esposa (la excelente Michelle Williams), tampoco evapora todo en cercanía, como suele pasar en un “tear jerker” basado en alguna novela de Nicholas Sparks. Pero esto no significa que momentos como este – de los que Lonergan cuenta con un vasto repertorio – no vengan con el peso emocional necesario. Michelle Williams es una experta en destruir audiencias, y aquí no es diferente como la emocionalmente compleja ex-esposa de Lee.

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Pero los momentos más genuinos de “Manchester by the Sea” ocurren en intercambios entre Lee y su sobrino Patrick (Lucas Hedges). Lonergan introduce humor en los momentos oportunos y se balancea como todo un acróbata entre el melodrama y el humor, por eso de no asfixiar a la audiencia con un toro completamente sombrío. La reacción del adolescente – quien hace malabares con dos novias y está en ambos, el equipo de hockey y el de baloncesto de su escuela – es la que se espera de un joven que ha tenido tiempo para prepararse y al igual que su tío, ha construido una pared entre él y la realidad. Su dolor se transforma en rebeldía por la vida que ahora debe dejar atrás para vivir con su tío. Su única esperanza es encontrar a su madre, una alcohólica que los abandonó a él y a su padre tras el diagnóstico. A los 15 años, nadie debería tener que verse en la posición de tomar decisiones tan influyentes en el resto de tu vida, pero la vida, como bien propone Lonergan, está llena de eventos que sacuden todo a tu alrededor y revuelcan todo de la noche a la mañana.