La fuerza acompaña al director Rian Johnson, quien ha confeccionado la más emocionante, atrevida, adulta y divertida de las películas de Star Wars desde, pués, todos saben cuál.
Desde su génesis en el 1977, el “balance” siempre ha sido la meta en las historias de Star Wars, desde las tres películas originales, hasta las precuelas y ahora la más reciente trilogía. Cuarenta años después de A New Hope, el director Rian Johnson (Looper, The Brothers Bloom) presenta The Last Jedi, la más refrescante de las películas de Star Wars desde la trilogía original, y una que logra un perfecto balance entre lo viejo y lo nuevo. La película, también la más larga de todas, ofrece “fan service” y nostalgia en abundancia, pero a la misma vez, encamina a la franquicia en nuevas y emocionantes direcciones que serán cuestionadas por los enemigos del cambio y celebradas por aquellos que aprecien una verdadera extensión de este adorado universo, uno que a través de las décadas se había encapsulado en los personajes que presentó la primera trilogía.
Star Wars: The Last Jedi sigue a Rey (Daisy Ridley), cuyo parentesco continúa siendo un misterio y a quien último vimos entregando su lightsaber al maestro Luke Skywalker (Mark Hamill). La República ha sido diezmada por la Primera Orden, quienes planifican un ataque contra los pocos rebeldes que quedan, liderados por la General Leia Organa (Carrie Fisher). Kylo Ren (Adam Driver), bajo las órdenes del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), sigue en busca de Luke para poner fin a lo que inició años atrás durante su entrenamiento. Mientras tanto, Rey intenta convencer al abatido maestro Luke de entrenarla y así poder controlar la fuerza que continuamente la atrae hacia ambos lados con el mismo poder y convertirse en uno de los últimos Jedi.
Tal y como había prometido el “cliffhanger” al final de The Force Awakens, el octavo episodio arranca justo donde terminó el séptimo. Aquí, en los primeros 15 minutos de película, queda evidenciado que, como bien expresa Luke en la publicidad, esto no terminará como tú imaginas. Con esta frase como médula o esencia, Johnson deconstruye la franquicia, la pone patas arriba, la vuelve a enderezar y el resultado es una propuesta que es más la suma de sus momentos memorables que un episodio que avanza la historia, pero esto no es necesariamente una cualidad negativa. The Last Jedi está compuesta, más que nada, de momentos emocionantes que, uno a uno, presionan un invisible botón de reinicio que no solo arreglan algunos de los más absurdos elementos introducidos por Lucas en las precuelas, sino que también algunos de los cimientos más débiles de The Force Awakens. Entre ellos, la relación entre Kylo Ren y el lado oscuro, su dinámica con Snoke y el General Hux (Domhnall Gleeson) y los conflictos internos que le han impedido una conversión completa al lado oscuro.
Mientras construye una historia alrededor de nuevos personajes -tan memorables como los originales- Johnson invita a la audiencia a despojarse de viejas costumbres; a decir adiós al Star Wars que conocíamos y asimilar que de ahora en adelante, nada será igual. Con The Force Awakens, J. J. Abrams exploró el legado de sus personajes, tanto viejos (Han Solo) como nuevos (Rey, Finn). Kylo, un “wannabe” de Darth Vader, buscaba desesperadamente convertirse en el próximo legendario villano y líder de la Primera Orden. El legado de Luke había desaparecido y su único remanente obedecía órdenes del Líder Supremo Snoke, el mismo que logró seducir al hijo de Han y Leia. Con The Last Jedi, el director no está interesado tanto en el legado, sino en el presente de estos personajes, y el presente prueba ser uno increíblemente emocionante, desde las acrobacias del intrépido Poe Dameron -genuinamente el mejor piloto de la galaxia-, las peleas de “lightsaber” y una que otra sorpresa con las que Johnson se juega la vida.
En dos horas y treinta minutos de duración y algunos de los momentos más emocionantes en la historia de la franquicia -entre ellos el segundo momento más épico de la saga, discutiblemente-, la cinta comienza a perder velocidad cuando abandona la fascinante relación entre Kylo y Rey en favor de un “storyline” que la carisma de Finn (John Boyega) y la recién llegada Rose (Kelly Marie Tran) no logran salvar. Ni la inclusión de Benicio del Toro como una versión actualizada de Lando Calrissian en un rol poco memorable logra que esta historia secundaria arranque o evite ser arrastrada por conflictos superiores. No es hasta que las acciones de otros personajes la afectan directamente, simultáneo con la aparición de Captain Phasma (Gwendoline Christie nuevamente desperdiciada), que este “storyline” pasa a ser digerible.
Aunque serán motivo de controversia y discusión por los próximos años, las libertades que se toma Johnson con algunos de estos personajes, incluyendo a Luke Skywalker, se sienten coma la dirección lógica de un filme que constantemente invita a sus personajes a dejar atrás las ideas preconcebidas de lo que debe ser una película de Star Wars. Con personajes que desafían estas nociones y nuevas maneras de interactuar con la fuerza, Johnson atraviesa territorio inexplorado en 40 años de historia y nos obsequia a los fanáticos un filme que venera Star Wars lo suficiente como para llevarlo en nuevas y emocionantes direcciones.