Crítica: The 15:17 to Paris de Clint Eastwood

Un panfleto de reclutamiento para las Fuerzas Armadas habría producido mejores resultados que The 15:17 to Paris, la más reciente propaganda pro ejército del director Clint Eastwood en proyectarse en nuestras salas de cine.

En la tarde del 21 de agosto del 2015, el mundo entero se enteraba sobre los tres jóvenes estadounidenses que frustraron un ataque terrorista en un tren hacia París, Francia. En cuestión de minutos, Spencer Stone -miembro de la Fuerza Aérea de Estados Unidos- y sus dos amigos Alek Skarlatos y Anthony Sadler detuvieron a un tirador activo y evitaron la muerte segura de cientos de pasajeros. Lo que empezó como unas vacaciones lejos de las vicisitudes de la guerra se convirtió en el enfrentamiento que definió el resto de sus vidas.

Lo allí acontecido les mereció un título de héroes que tal vez nunca habrían obtenido por su servicio en las fuerzas armadas. Además, despertó el interés de un cineasta una vez aclamado, pero cuya imparcialidad y visión de la guerra ha sucumbido a sus creencias políticas y religiosas, notable en sus filmes más recientes, los cuales registran como propaganda pagada pro ejército. The 15:17 to Paris no es diferente, pero tampoco querría serlo tras el innegable éxito de American Sniper en la taquilla estadounidense.  Aquel, por más criticado que fuera, despertó a una audiencia durmiente -establecida en el sur y centro de los Estados Unidos- que rara vez se ve representado en el cine hollywoodense.

La osadía de estos tres individuos habría funcionado como un corto documental o recreación de los hechos. Sin embargo, Eastwood se juega la misma fórmula de Sully – película que cuenta la historia del capitán Chesley “Sully” Sullenberger- y esparce el evento a lo largo de 90 minutos, rellenando los espacios vacíos con una exploración de la niñez de los protagonistas y los momentos previos al incidente. La diferencia, es que la vida de estos tres chicos no es ni la mitad de interesante que la del piloto con problemas de alcoholismo que aterrizó un avión en el Río Hudson en una maniobra que salvó a los pasajeros y la tripulación.

De pequeños, el trío de amigos comenzaba a dar señales de un comportamiento problemático, si problemático se fuese a describir como obtener calificaciones bajas y distraerse muy seguido. “¡Mi Dios es más grande que tus estadísticas!”, le grita la madre de Stone (interpretada por Judy Greer) a la principal de la escuela cuando esta sugiere que sugiere que su hijo podría sufrir de Déficit de Atención, como si se tratara de una diagnóstico de muerte. Este es el problema más grande que afronta el guión de Dorothy Blyskal, el cual se ve obligado a engrandecer las vidas simples de sus tres personajes principales. La realidad es que el crecimiento y desempeño en la Fuerza Aérea de Stone no es uno especial ni digno de explorar durante hora y media. Alguna que otra excepción, como su reacción ante una falsa alarma, cumplen con justificar sus acciones heroicas más adelante.

En esencia, Stone siempre fue un ciudadano promedio hasta que la oportunidad para elevarse se le puso de frente y le apuntaba con un arma larga – la misma que ha co-protagonizado cientos de matanzas a manos de caucásicos estadounidenses (30 en lo que va de año). La misma que formaba parte de un arsenal de juguetes con el que se entretenían él y Skarlatos, quien se unió a la aventura europea luego de unas cortas vacaciones con su novia en Alemania. La misma con la que Eastwood se balancea en una problemática línea divisoria que separa la concientización de la exaltación.

En cuanto a Sadler, el tercero de los amigos, pues… se puede decir que estuvo allí. Al igual que sus dos panas, nada sobre su vida previo al incidente amerita ser contado en la pantalla grande. Al menos no a manos de un director que, con sus más recientes propuestas, ha demostrado haber perdido el toque que alguna vez le consiguió consagrarse como uno de los mejores.

Para dar vida a los héroes, Eastwood recurre al truco o “gimmick” de utilizar a los verdaderos protagonistas del evento en lugar de actores. El resultado es uno agridulce, siendo Stone el más carismático del trío, pero no lo suficiente como para cargar una película por hora y media. Lo que inicialmente y en papel habría sido un atractivo para muchos, demuestra ser una de sus mayores debilidades.

Con su exploración de los “eventos improbables” en los días antes del incidente -entre ellos un día entero de “selfies” y gelato en Roma- el director de joyas como Million Dollar Baby y Mystic River intenta impulsar la doctrina cristiana de la predestinación. Es la idea de que la vida entera de un individuo se puede resumir en una especie de marcha hacia un solo momento. Este es el tipo de ideas pequeñas y superficiales que plagan la más reciente farsa de un director que no es la sombra de lo que alguna vez fue.