“Mami, se parece a mí”, le dijo a su madre una niña puertorriqueña de seis años llamada Ariella. Su madre, una fiel fanática de “The Little Mermaid” y su protagonista, Ariel, no pudo aguantar la emoción.
Cuando Disney anunció que Melissa McCarthy -una actriz nominada al Oscar y universalmente querida por audiencias- sería la villana Úrsula en la nueva versión “live action” de la película “The Little Mermaid”, supimos que la compañía del ratón se tramaba una elección más controversial para el papel titular.
Seamos honestos. Melissa McCarthy es una elección “segura” en comparación con otros nombres que habían sonado fuerte para este rol, entre ellos el actor Tituss Burgess de la serie “Unbreakable Kimmy Schmidt”. Tras haberse publicado su versión de la canción “Poor Unfortunate Souls”, algunos fanáticos comenzaron a peticionar que el actor de 40 años con experiencia en Broadway se convirtiera en la Úrsula de esta nueva versión, lo cual nunca se concretó. En la misma línea de ser honestos con nosotros mismos, estaba claro que una compañía dedicada a entretener familias no estaba lista para “castear” a un hombre negro homosexual en un rol tan grande, aún cuando el diseño de Úrsula en la versión animada haya estado altamente inspirado en la popular transformista, Divine.
Tampoco se concretó el fuerte rumor de Zendaya (The Greatest Showman) como Ariel, aún cuando su posible inclusión ya había inspirado a artistas como Boss Logic a diseñar un posible “look” final para la actriz en el codiciado rol. Aunque los planes de Disney eran otros, siempre estuvo en su horizonte hacer lo que ahora se le conoce en la industria como “racebending”, que no es otra cosa que cambiar el origen étnico de un personaje, sea para atraer a una audiencia en crecimiento o para corregir errores del pasado que en 2019 serían criticados. En el caso de Ariel, rol que estará a cargo de la afroamericana Halle Bailey (Grown-ish) según se anunció en víspera del Día de la Independencia (dato importante al que regresaremos), se trata de la segunda.
Para entender esto, es necesario ignorar el origen de la historia del autor danés, Hans Christian Andersen, y enfocarnos en la versión animada del 1989. Después de todo, se trata de un “remake” de esa versión de Disney, y no una nueva adaptación del controversial cuento de hadas del siglo XIX. Esa versión, que celebra este año su trigésimo aniversario, está basada en este cuento, pero como toda historia de Disney, se toma sus libertades creativas para adaptarse a una audiencia familiar. Una de ellas, se entiende, es el cambio de localidad. Aunque se ha argumentado que la historia de la película animada se desarrolla en Dinamarca, también se ha teorizado, con pruebas que lo sostienen, que la versión de los directores Ron Clements y John Musker toma lugar en alguna parte del Caribe. Desde la música afro-caribeña hasta el acento jamaiquino de Sebastián, son muchos los elementos que parecen defender este argumento con éxito. Tampoco olvidemos la arquitectura europea de la película, presente en las islas caribeñas desde la llegada de los europeos.
Entonces, ¿por qué Disney no diseñó a La Sirenita para representar mejor la cultura y costumbres caribeñas originalmente? Aunque solo se puede especular, es muy probable que tres décadas atrás el público general no estuviese listo para una protagonista de color, lo cual habría sido mortal para la taquilla. Nueve años más tarde, “Mulan” fue una respuesta a una potencia del cine en crecimiento identificada en China, pero esto es tema para otro día. En en 1989 tampoco existían las redes sociales, donde este tipo de decisiones son fiscalizadas inmediatamente. Controversias protagonizadas por la actriz Scarlett Johansson (Ghost in the Shell) y el actor Ed Skrein (Hellboy) son vivo ejemplo de esto. Skrein, incluso, renunció a un rol en la más reciente película de “Hellboy” tras revelarse que estaría interpretando un personaje originalmente asiático.
Con esto en mente, la decisión de Disney de contratar a una actriz negra en el rol de Ariel es más un intento de corregir un error que una movida para causar malestar, lo cual sería absurdo. Ese malestar no es otra cosa que un efecto secundario del racismo, o en muchos casos, del racismo internalizado (véase Get Out). Por supuesto que un cambio como este ha causado revuelo en las redes sociales. Se trata de una “agresión” o “atentado” al sentido de propiedad que viene atado a estos clásicos de la cultura popular, queridos universalmente y defendidos hasta el cansancio por aquellos más cercanos a ellos. Es un fuerte sentimiento anclado en el miedo al cambio y propulsado por el rechazo de lo que es diferente a nosotros, lo cual peligrosamente comparte características con el racismo, aún cuando se intente disfrazar de indignación inofensiva. Es el tipo de sentimiento que impulsa la creación de tendencias agresivas como #NotMyAriel en Twitter, “hashtag” que parte de ese sentido de propiedad erróneo que nos consume por dentro cada vez que nos quitan un personaje ficticio. La versión original siempre va a existir, y todo sería más sencillo si aceptáramos que tal vez es hora de que otros lo disfruten.
Los clásicos de Disney solo le pertenecen a Disney, no a nosotros. La idea de que estas grandes compañías se deben a sus consumidores es una de las mentiras más grandes de Hollywood. La industria de cine responde a sus propios intereses, que en este caso es complacer a una segmento que cada vez se está buscando más en el cine. Este es el público que se presentará en las salas de cine cuando la película haya estrenado. También es el público que hubiese hecho mayor escándalo de haber visto a otra mujer con características europeas como protagonista de una historia situada en el Caribe. El disgusto siempre iba a estar ahí, pero el cálculo de Disney fue que el actual sería menor. El hecho de que el anuncio llegase tarde un 3 de julio, cuando uno de los territorios más importante para el cine – y seamos honestos, uno de los más racistas- se encontraba en preparación para las celebraciones del 4 de julio, no fue un accidente. Esto ayudó a prevenir que medios de gran alcance cubrieran la historia en el momento, evitando una crisis mayor.
Tampoco es correcto sugerir que el Caribe no es lugar para una mujer blanca de ojos azules y pelo rojo, pues descartar nuestra diversidad cultural sería otra irresponsabilidad de nuestra parte. Sin embargo, la realidad es que tampoco sería representativo de esta mayoría, y es este segmento (dentro de una posición de minoría), el “target” principal de Disney con esta nueva versión. No es casualidad que el estudio haya contratado a Lin-Manuel Miranda, un latino, para componer la música de esta película. Tampoco lo es el rumor de que la mega producción vendrá a filmar a las aguas de Puerto Rico. La historia de “The Little Mermaid” se desarrolla en el Caribe y finalmente contará con una figura que mejor representa su diversidad cultural. Esto no es motivo de indignación, sino de celebración. Halle Bailey, con su potente voz y facciones llamativas, es La Sirenita.