En medio del desbordamiento de adaptaciones de cómics en nuestros cines, le toca al director Terrence Malick venir a salvar el día con “A Hidden Life”, una historia verídica sobre un héroe olvidado.
¿Cuál es nuestro lugar en este mundo? ¿Quién es Dios y qué somos para él? Estas no son necesariamente las preguntas que inspiraría una película sobre la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, son algunos de los temas recurrentes en la filmografía del estadounidense Terrence Malick, quien regresa en grande con “A Hidden Life”, su mejor, más profunda y espiritual propuesta desde la extraordinaria “The Tree of Life” (2011).
La película se desarrolla en el año 1943 y narra la historia de Franz Jägerstätter, un objetor de conciencia austriaco que, en la vida real, se negó a luchar por la Alemania Nazi. Un granjero junto a su esposa Franziska Jägerstätter (Valerie Pachner), Franz se convierte en objetor tras una breve pero significativa experiencia de entrenamiento para el combate. Convencido de que estaría peleando por el lado y los ideales erróneos, Franz decide no jurar lealtad a Hitler, un acto que desencadena una serie de encontronazos en su pequeña aldea de Radegund, que eventualmente culminan con su encarcelamiento y posteriormente, en un juicio por su vida.
La cinta de tres horas de duración explora temas similares a los de “Hacksaw Ridge”, del director Mel Gibson. Sin embargo, mientras esta última se introdujo en el combate y el rol de su protagonista en el campo de guerra, la propuesta de Malick apuesta al forcejeo y combate interno de Franz; el mismo que de vez en cuando se traslada a los campos de cosecha en que trabajan él, su esposa y los vecinos que ven en su decisión una amenaza para el pueblo entero. Es en estos encuentros que la película, o al menos en su primer acto, encuentra su peso emocional, antes de comenzar a sumergirse en temas más profundos y típicos del cineasta estadounidense, quien en sus últimos trabajos ha tomado una postura autobiográfica o que refleja sus propias dudas y creencias.
Con pocas palabras, Franz es capaz de transmitir el conflicto que habita en su mente mientras espera a ser llamado para servir a los Nazis; una espera que se torna menos llevadera para la audiencia a la vez que las intenciones del protagonista se vuelven más transparentes. Aunque la mayoría del crédito debe recaer sobre el actor August Diehl, quien sorprende como una figura mesiánica de la misma manera convincente en que interpretó a un detestable Nazi en “Inglourious Basterds” hace 10 años, es la maestría de Malick detrás de la cámara -esta vez sin el legendario Chivo Lubezki- y en la edición que logran una actuación calmada y a la vez desesperante para la audiencia.
A Diehl lo acompaña una estupenda Valerie Pachner (All My Loving) como la esposa y aliada que, en medio del dolor, debe sacar a su familia adelante. Franziska, al igual que su esposo, posee un alma inquebrantable. Pachner es parte de un sólido elenco secundario que incluye las últimas apariciones en pantalla de los fallecidos Michael Nyqvist (John Wick) y Bruno Ganz, cuya interpretación de Adolfo Hitler en la película “Downfall” lo catapultó al estrellato en línea tras una impresionante carrera cinematográfica.
En el segundo y tercer acto, la película toma uno de sus giros más significativos. Habiendo tomado una decisión, el conflicto de Franz evoluciona a uno espiritual y en cierto punto existencial. Aquí, la película comienza a cuestionar el rol de Dios en las vidas de su creación, y la reacción de la naturaleza ante el bien y el mal, entre los cuales no discierne cuando el sol arropa el terrero o cuando éste, fértil, genera fruto. Para sus detractores, y en este caso enemigos, la oposición de Franz no tendría efecto alguno en la guerra, ni tan siquiera trascendería de las paredes que lo separan de su esposa y tres hijas. Para él, es suficiente saber que está haciendo lo que se siente correcto, aún cuando reconoce no saberlo todo.
Si no fuera por el hecho de que esta historia verídica y otras similares que se han mantenido vigentes en parte gracias al cine, pensaría que Malick, en sus inclinaciones filosóficas y espirituales, intenta decir que nuestras acciones en esta vida y lugar en la historia son tan grandes como el cosmos lo permite. Sin embargo, esto es solo lo que rodea una profunda historia sobre una fe y un amor inquebrantable que vuelve a colocar a Terrence Malick en el punto más alto.
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