Bridge of Spies: Un héroe en medio de la tensión

En un salón de clases donde se imparten clases de historia, la Guerra Fría es descrita, superficialmente, como una época de tensión entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. En el cine de Spielberg se puede definir, de igual manera, como la época en que los verdaderos héroes vestían chaquetas, portaban un maletín y defendían el honor de su patria, motivados por una moralidad que ni sus propios líderes han practicado en la historia del país.

“Bridge of Spies”, la más reciente película del aclamado director, en colaboración con Tom Hanks, es una elegante y en ocasiones unilateral representación del período después de la Segunda Guerra Mundial que pasa con ficha gracias a una impecable dirección y un excepcional desempeño actoral que en el 2015 debe complacer a muchos mientras sorprende a pocos.

Tom Hanks intenta superar su soberbia actuación en “Captain Phillips” como el abogado James Donovan, un abogado estadounidense que es reclutado por la CIA para negociar el intercambio de un soldado americano capturado por la Unión Soviética en el 1960. A cambio, el gobierno de Estados Unidos debe liberar al espía ruso convicto que Donovan defendió en corte tras ser capturado.

Como Donovan, Hank logra capturar la idea del héroe verdadero: el que viste una chaqueta todos los días, se rige por las leyes del país y pone en práctica sus ideales. Donovan llega todas las tardes a su casa y es recibido en la mesa por su familia, donde rezan antes de comer y discuten las consecuencias de defender al hombre más odiado del país. Rudolf Abel (Mark Rylance), espía convicto, lo describe como un tipo común y corriente que le recuerda a un hombre y amigo de su padre que conoció cuando pequeño, a quien nunca vio hacer nada extraordinario. Abel, por su parte, es un artista honesto que nunca traiciona a su país al negarse a trabajar para el gobierno de Estados Unidos o revelar información que pueda dar ventaja a los americanos.

Spielberg evita las escenas de interrogación y las limita a un intercambio entre Donovan y el espía en el que Abel declara que no ha sido maltratado durante su encarcelamiento. Abel también es provisto de materiales para pintar, cigarrillos y en un momento hasta una radio para escuchar música. A pesar de ser un espía, Spielberg se encarga de resaltar su verdadera pasión: pintar. Desde la magnífica secuencia que abre el film, la cámara se enfoca en su arte y sus dedos pintados de distintos colores. Cuando es capturado, Abel pide de favor que le permiten limpiar su paleta de colores. De esta manera, Spielberg y los guionistas Ethan y Joel Coen resaltan el aspecto pacífico de esta guerra, pero sólo desde la perspectiva de los americanos. Cuando le toca presentar el otro lado de la moneda, Spielberg y los hermanos Coen caen en la trillada representación de los rusos y alemanes como monstruos sin alma e imposibles de convencer durante una negociación.

Cuando el soldado Francis Gary Powers (Austin Stowell) es capturado por la Unión Soviética, es arrastrado hasta una celda en condiciones precarias e interrogado constantemente. Powers, por supuesto, tampoco revela información que pudiera darle ventaja a los rusos sobre los americanos. Es cuando Donovan viaja a Berlín para negociar el intercambio de ambos que es recibido por oficiales alemanes cuyos tonos de voz y acciones reflejan las del típico villano caricaturesco que el cine ha dibujado en nuestras mentes durante décadas. Afortunadamente, Spielberg y los hermanos Coen se justifican cuando la CIA muestra poco interés en traer de vuelta a Frederic Pryor (Will Rogers), un estudiante de economía americano capturado en Berlín por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Pryor no es espía americano con su cabeza llena de secretos, por lo que su regreso sólo es prioridad para Donovan, quien debe superar obstáculos en forma de rusos y alemanes tercos.

La película cierra de la misma manera en que abre; con una sólida y tensa secuencia en la que el destino de Abel está en juego, pero con la misma serenidad reflejada en su rostro a pesar del paso del tiempo. La tensión de la época es uno de esos aspectos que Spielberg logra plasmar con honestidad. Niños en una escuela lloran al ver videos de la devastación que causaría un ataque nuclear y el hijo menor de Donovan se prepara en el baño de su casa con mapas y abastos de agua para esa posibilidad. Al otro lado, familias son divididas por una muralla. Cruzarla, como expresa Spielberg en lo que tal vez sea la única escena forzada de la película, le costaba la vida al que lo intentara.

Mientras Hanks carga la película con su actuación, es Rylance como Rudolf Abel -con su incomprensible calma durante todo el proceso y pasión por la pintura- quien termina sorprendiendo. Donovan podrá ser la representación del héroe cotidiano, pero es Abel, un espía ruso convicto, quien provee el necesario lado humano en una historia en que la información tiene un valor mayor que el de la vida de un ser humano.