Si algo conocemos con certeza acerca del director británico y ganador del Oscar, Tom Hooper (The King’s Speech), es que tiene la habilidad natural de presentar una historia, desde la más simple hasta la más profunda, con una belleza y delicadeza que solo se encuentra en pinturas. La necesidad del director con que cada toma parezca montada con un propósito en específico ha sido criticada por muchos y alabada por otros. Con su más reciente película, titulada “The Danish Girl”, Hooper adapta una historia de época con mucha relevancia con el tiempo en que vivimos y la pinta como una de sus obras de arte, muchas veces descuidando la seriedad de la historia en favor de tomas elegantes que resaltan su habilidad de montarlas y la belleza de los que guarda dentro de sí misma. Afortunadamente, la película del director de “Les Misérables” cuenta con dos excelentes actuaciones por parte del también ganador del Oscar, Eddie Redmayne y Alicia Vikander (Ex Machina), una de las sorpresas más agradables de este año.
Redmayne personifica a Lili Elbe, la primera persona en la historia en someterse a una operación de cambio de sexo en la década del veinte. Antes de ser mujer, Lili es un famoso pintor llamado Einar Wegener, quien comparte su vida con Gerda (Vikander), otra pintora que, aunque no disfruta del mismo éxito profesional que Einar, es una artista felizmente casada y conforme con su vida, aún cuando sus pinturas son rechazadas por exhibidores por tratarse de retratos que han pasado de moda. Cuando una de sus modelos avisa que no podrá llegar a una de las sesiones, Gerda le pide a su esposo que modele sus medias y zapatos par así poder terminar la pintura. Es en ese momento, mientras acaricia la tela del traje que Gerda le coloca encima de su ropa para mejor efecto, que Einar comienza a sentir el resurgimiento de un sentimiento que había logrado esconder por muchos años.Einar comienza a coquetear con la idea de vestirse de mujer, lo que Gerda toma como un simple juego sexual, e incluso se sumerge con placer en la fantasía de su esposo, hasta que el juego termina. Con un beso, comienza la transición de Einar a Lili, quién se va asomando paulatinamente a través de gestos, miradas y un leve cambio en su tono de voz.
Nadie habría imaginado que Eddie Redmayne estaría de vuelta en la carrera por el Oscar a Mejor Actor antes de cumplirse un año de haberlo ganado. De hecho, de la academia haber visto aquella impresionante primera imagen oficial antes de votar por él, seguramente habría sido Michael Keaton el victorioso esa noche, pero no fue así, por lo que Redmayne se encamina a su segunda nominación al hilo luego de una increíble actuación en este relevante drama sobre una de las primeros pioneras entre la comunidad transgénero. Al igual que en “The Theory of Everything”, Redmayne evoluciona físicamente al punto de perderse en el personaje, abriendo paso a Lili, quien deslumbra a la audiencia igual como lo hace con los que son testigos de su presencia. Con poco maquillaje, una peluca y su innegable habilidad camaleónica, Einar se convierte en una mujer hermosa.Pero al igual como su actuación en “The Theory of Everything” no habría funcionado sin el increíble desempeño de Felicity Jones, su trabajo en “The Danish Girl” no brillaría igual sin la presencia de Vikander en el rol de Gerda, quien se mantiene a su lado durante todo el proceso, escondiendo el sufrimiento de perder al hombre que ama, sentimientos que se asoman ante la presencia de Hans (Matthias Schoenaerts), un viejo amigo de Einar que se ofrece a ayudar al matrimonio cuando Einar decide someterse a la peligrosa operación. Gerda es la personificación de la comprensión y respeto que cien años después de esta historia la comunidad LGBTT aún no consigue, evidente en los titulares que resaltan la intolerancia de una sociedad a la que aún le queda mucho por aprender.
Hooper y la guionista Lucinda Coxon exploran el rechazo y la ignorancia de la época, pero de manera muy superficial para tratarse de una historia de casi 100 años atrás. Y cuando lo hacen, Hooper está tan enfocado en que cada tiro de cámara sea perfecto que despoja la escena de la naturalidad que intenta retratar el elenco principal. El resultado es un filme sumamente elegante con dos actuaciones que se disparan fuera de los retratos que pinta el director, directo a los libros de historia del cine.