Crítica de THE FATE OF THE FURIOUS

Dieciséis años después de su génesis con The Fast and the Furious, solo quedan los nombres de personajes y los temas más recurrentes de aquella primera película de bajo presupuesto y que ahora es parte de una enorme franquicia que continúa evolucionando con The Fate of the Furious, la octava entrada en una de las series cinematográficas más populares en la historia. La velocidad, la acción y el núcleo familiar que han trabajado como el motor de esta franquicia siguen intactos ocho películas después.

Es la capota de esta franquicia la que ha recibido la mayor parte de una remodelación por parte de los hojalateros de Hollywood, capitaneados por el protagonista y productor, Vin Diesel. Lo que comenzó con un filme policiaco sobre carreras clandestinas se ha transformado, con el pasar de los años, en filmes pseudo inteligentes de espionaje, sin la necesidad de sacrificar la diversidad de su elenco y la adrenalina que atrae a la audiencia en masa.

The Fate of the Furious, dirigida por F. Gary Gray (Straight Outta Compton) arranca con Dominic Toretto (Diesel) y Letty Ortiz (Michelle Rodríguez) finalmente disfrutando de su luna de miel en Cuba. Esta secuencia, además de evidenciar que por las venas de Vin Diesel fluye sangre latina, captura el sabor y la belleza de un país que recientemente abrió sus puertas a producciones hollywoodenses. Allá, luego de un refrescante ‘throwback’ a las carreras clandestinas que los fans originales todavía extrañan, Dom es interceptado por Cipher (Charlize Theron), una peligrosa terrorista cibernética convencida de que cuenta con un plan perfecto para reclutar a un hombre incapaz de traicionar a su familia. Familia, en este caso, en referencia a la familia inmediata de Dom, compuesta de su esposa Letty y un séquito de adictos a la velocidad y los autos de lujo.

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Para el beneficio de la trama, Dom es finalmente convencido por Cipher, quien anda detrás de un arma capaz de emitir energía electromagnética y provocar apagones en ciudades enteras. Reclutados por Mr. Nobody (Kurt Russell) una vez más, el grupo sale en busca del hombre más escurridizo del mundo con las únicas dos personas que han logrado capturarlo: Luke Hobbs (Dwayne Johnson) y Deckard Shaw (Jason Statham). Estos dos se adueñan de la pantalla con intercambios jocoso y muy descriptivos de cómo se harán pedazos en uno al otro cuando la misión haya culminado. La cacería, por supuesto, los lleva a distintas ciudades del mundo para añadir al mapa de Fast & Furious.

El cliché más grande de The Fate of the Furious es a la misma vez el elemento más refrescante que ofrece la propuesta de F. Gary Gray, el quinto director en tomar comando de la franquicia. La traición de Toretto, subtítulo que muy probablemente no estuvo lejos de estar plasmado en los afiches, le da un giro a una franquicia cuya propia ambición la obliga, película tras película, a explorar nuevas maneras de sorprender a un público que, ocho películas después, ya lo han visto casi todo.

Este grupo de intrépidos ha hecho de todo, desde saltar de aviones en sus automóviles hasta manejar tanques de guerra en el hielo mientras huyen de un submarino nuclear. En el 2011, Dom y compañía invadieron la Milla de Oro y hasta arrastraron una enorme bóveda por todo el Puente Teodoro Moscoso de Carolina. Prohibido olvidar el extraño caso de amnesia del que Letty milagrosamente se curó en Furious 7, tres películas después de haber sufrido un accidente.

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Todas y cada una de estas películas, desde que comenzaron a emplear esta fórmula ganadora en Fast Five, se han destacado por su extravagantes secuencias de acción, donde la lógica y la física pasan a un segundo plano en favor del entretenimiento. Ya sea cayendo de aviones o atravesando la pista de despegue más larga del mundo, las películas de Fast & Furious siempre han ofrecido a la audiencia piezas de acción memorables que, aunque carentes de credibilidad, cumplen con el propósito de entretener. Es aquí donde The Fate of the Furious le propina a la franquicia su revés más grande desde la forzada amnesia de Letty.

Las secuencias de acción de #F8, como se le conoce en las redes sociales, en su mayoría se sienten vacías; faltas de alma y personalidad. Los chistes están, también los importantes efectos prácticos. Lo que nunca llega a la fiesta es el sentido de urgencia; tampoco se siente la incertidumbre. La partida de un líder irremplazable como Dominic Toretto habría sacudido esta unión hasta el núcleo, pero esto nunca sucede. ¿Qué tipo de familia se mantiene intacta sin uno de sus pilares? Tal vez, la misma familia que acepta, sin cuestionar, la adición de quien poco tiempo antes fue su mayor enemigo. Sin duda, la llegada de Shaw provee algunos de los momentos más memorables de la película, pero a costa de sacrificar el concepto de familia que ha mantenido unidas las partes que componen esta monstruosidad de franquicia.

Un demente tercer acto en que Hobbs redirige un misil, entre otras incoherencias divertidas, logra re-alinear la película tras haberse perdido entre los motivos sin peso de una villana desechable y el traslado de la historia a la Ciudad de Nueva York. Ahí, justo en la Gran Manzana, se desata una confusa persecución con tantos participantes que se vuelve imposible de seguir.

El desenlace no es revolucionario, tampoco inesperado, pero cumple con reforzar las ideas que parecían desvanecerse entre ‘one liners’ sin sazón. El repentino virazón pierde credibilidad con cada segundo que pasa sin que el grupo lo cuestione. No es hasta el momento de redención -visible desde la luna- que la película reencuentra su camino y los conceptos que momentáneamente había traicionado.