Una de mis experiencias más trascendentales en una sala de cine fue la primera vez que vi Jurassic Park. Para ese momento ya Steven Spielberg era el Rey establecido de los “blockbusters” pero, a mis 14 años fue el primer instante en que experimentaba su magia en el templo que dominaba, ya que solo había podido ver todas sus anteriores películas frente al pequeño televisor que podíamos costear. La intensa emoción de ver aquel monstruoso Tiranosaurio persiguiendo sus asustadas presas es una de las razones por las cuales amo el cine y Spielberg siempre tendrá un lugar especial en mi colección.
Pero ambos crecimos. El director llevó su carrera a productos más artísticos que he disfrutado por igual. Amistad, The Terminal, Catch me if You Can, Lincoln, Bridge of Spies y, por supuesto, Schindler’s List, denotaron su esfuerzo por contar historias más profundas, que estudiaran la humanidad de sus personajes, no solo su habilidad de combatir extrañas criaturas del mar o el espacio. Y aunque mi adultez disfruta ese lado de su resumé, la nostalgia por esa sensación de hace 25 años no reduce, especialmente cuando vivimos tiempos tan difíciles.
Ready Player One es el equivalente de Spielberg como creativo de demostrar que “todavía tiene lo que se necesita”, y el mío como audiencia de poder disfrutarlo como cuando era niño. Por la mayor parte, lo logramos.
Hacía tiempo que no la pasaba tan bien viendo una película en el cine.
Basado en el querido libro (que no he leído) de Ernest Cline, Ready Player One presenta la historia de “Wade Watts” (Tye Sheridan), un adolescente viviendo en una zona pobre del 2045 donde la mayoría de la población prefiere vivir en el “Oasis”, un mundo virtual donde puedes ser lo que quieras ser. Este cuasi paraíso fue creado por “James Halliday” (Mark Rylance), una combinación de Elon Musk, Tesla, y Steve Jobs, quien no dejó heredero de su inmensa compañía antes de morir. En su lugar dejó un reto para encontrar tres “huevos de pascua” que otorgan llaves abriendo la puerta a más retos en una competencia virtual hacia adueñarse de ese mundo alterno.
El filme nos lanza inmediatamente al fascinante Oasis. Mucho se ha hablado de las incontables referencias a la cultura popular, y Spielberg nuevamente demuestra ser el mejor conductor posible de esta descomunal sinfonía de personajes, vehículos, y localidades donde peleadores de Street Fighter “janguean” con Harley Quinn, Freddy Krueger, y muchos más. Sin embargo, a pesar de todo este festín visual y auditivo, nunca perdemos el foco de la historia en una especie de “caos controlado”, probando que el Rey de los Blockbusters continua en su trono.
Aparte de sus amigos “Aech” (Lena Waithe), “Sho” (Phillip Zao) y “Daito” (Win Morisaki), y miles de otros buscadores, la competencia principal de “Parzival”, como se hace llamar en ese universo, son los cazadores de IoI, una compañía rival de Halliday, dirigida por “Sorrento” (Ben Mendelsohn), con la principal intención de borrar las reglas anti-publicidad de “Halliday” para sacarle el mayor beneficio económico posible del Oasis. A ellos se les une “Art3mis” (Olivia Cooke), otra buscadora de huevos que conoce durante los eventos del filme, con su propia agenda para el Oasis.
Aunque el chiquillo dentro de mí estuvo brincado de la emoción por casi toda la película, la adultez me obliga a desear que hubiéramos visto mucho más de “Halliday”, indudablemente el personaje más interesante de la historia. “Parzival” le rinde una devoción parecida a la que ciertos “geeks” de hoy día le otorgan a Jobs, o a Musk, mayormente enfocados en sus logros o invenciones, mientras ignoran sus debilidades de carácter. Pero Rylance le otorga a “Halliday” esa humanidad que tan bien sabe expresar en sus trabajos. Detrás de la fachada de gran innovador se esconde una persona tímida creando un universo alterno buscando escapar del mundo real donde su personalidad introvertida le impide conseguir esa conexión humana que anhela; uno de los subtemas de la historia acerca de la tecnología como herramienta de escape convirtiéndose en dueña de nuestras vidas (escrito en una computadora, revisado desde mi teléfono Android).
Igualmente “Parzival”, un huérfano sin amigos, cubre el hueco en su vida con constantes referencias a la cultura popular de los ochentas, como su auto siendo el DeLorean de Back to the Future. Cuando la competencia por las llaves se intensifica, también se desborda al mundo real donde tendrá que buscar la ayuda de sus compañeros para sobrevivir el cruel ataque de IoI, pues Ready Player One se vuelve seria y oscura rápidamente. Este es el mismo Spielberg que por varios minutos nos hizo creer que E.T. estaba muerto y que dos niños serian devorados por Velociraptors.
Precisamente ese es otro subtema de la película; uno que se ha vuelto peligrosamente relevante estos días. El inmenso alcance de las corporaciones en nuestras vidas, donde la habilidad de crear tecnología corre mucho más rápido que la ética humana para usarlas. Mientras cada vez más casas tienen aparatos inteligentes y la vigilancia urbana convierte nuestras calles en Hermanos Mayores, Ready Player One nos recuerda el peligro de darle tanto poder a tan poca gente.
Sin embargo, tampoco se pone a predicarnos. La intención de Spielberg es recordarnos lo mucho que nos puede hacer disfrutar de una ida al cine, llevándonos a “un mundo de pura imaginación” con emocionantes carreras, persecuciones, y batallas virtuales entre monstruos, robots, y dioses, en una aventura de nostalgia que necesito volver en la pantalla más grande posible.
Si estás pensando ver Ready Player One (y deberías) hazlo lo más pronto posible porque tiene muchas agradables sorpresas que me pusieron a saltar de la emoción, antes que el internet te las dañe. ¡Inmensamente recomendada!