¿Cuál es nuestro propósito en esta vida? ¿Cuál será nuestro legado cuando ya no estemos aquí? Pero más importante aún, ¿hacia dónde vamos? Estas preguntas, más bien preocupaciones, nos han acechado y mantenido despiertos durante la noche en algún momento de nuestras vidas. A unos, por supuesto, más que a otros. La ansiedad te ha levantado en medio de la noche, empapado en sudor e incapaz de escapar de las incógnitas cuyas respuestas son menos hirientes cuando nadie las intenta contestar. Cada amanecer viene con un impulso para levantarnos y continuar la casi siempre eterna búsqueda de nuestro lugar en este mundo. A Ghost Story, la más reciente propuesta del director y guionista estadounidense, David Lowery (Ain’t Them Bodies Saints, Pete’s Dragon), explora estas ansiedades mediante un acercamiento fantasmal, espiritual y enteramente original.

El primer acto nos coloca en medio la vida amorosa de C y M, un joven matrimonio interpretado por Casey Affleck y Rooney Mara en una reunión oficial del drama criminal Ain’t Them Bodies Saints, otra película de Lowery. Los primeros 30 minutos de A Ghost Story son un retrato íntimo de una relación agrietada; la muy familiar exploración de soluciones a algo que tal vez no tenga arreglo. Pero antes de que esto suceda, C fallece en un accidente automovilístico casi en la entrada de su casa, solo para regresar como un fantasma representado de la manera más tradicional posible: cubierto con una sábana blanca con dos agujeros en los ojos. Es el tipo de efecto que puedes lograr con un presupuesto inexistente, pero el recurso adquiere seriedad al ritmo en que las intenciones de Lowery son reveladas ante nosotros. C, todavía el ganador del Oscar, Casey Affleck, regresa al hogar donde compartió una vida con M e invierte sus horas, días, semanas y años en simplemente observarla.

La imagen es familiar, pero el acercamiento de Lowery es algo que tal vez nunca hayas visto en el cine. La decepción será la orden del día para quien vaya buscando una historia de terror tradicional, con brincos y música estruendosa que ayuda a liberar tensión. Libros se caen en medio de la noche y eventos paranormales ahuyentan personas lejos de este hogar, pero las intenciones del director nunca han sido asustar a la audiencia con otra cosa que no sea la aterradora propuesta de que después de esta vida no hay nada; que la eternidad no es otra cosa que un episodio cíclico del que no tenemos control alguno. El fantasma observa lo que no puede cambiar y se vuelve impaciente, casi una analogía de la segura reacción de una audiencia general ante cine “arthouse” como este, el cual se va desenrollando más como poesía o canción que como cine de carácter comercial.

Aunque así lo parezca durante el primer acto, A Ghost Story no es un filme sobre duelo tras la pérdida de un ser querido. Las ambiciones del guión de Lowery, reconociendo que la vida es mucho más que el momento en que vivimos, son mucho más grandes y abarcan un mayor espacio en el tiempo que el dolor pasajero de un solo acontecimiento. El propósito del cineasta queda claro con un monólogo de un personaje pasajero, en el cual sostiene que nada de lo que hagamos en esta vida tiene importancia alguna. En algún momento, todo lo que hagamos en nuestras vidas dejará de existir. Vamos a morir. Nuestros hijos van a morir. Los hijos de nuestros hijos van a morir, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo. La escena amenaza con cruzar la línea entre el sermón o la observación e interpretación filosófica, pero Lowery apoya sus ideas con un perfecto dominio de su destreza, más definida aquí que en sus previas propuestas.

Mediante un encuadre casi cuadrado, Lowery refuerza la futilidad de nuestra existencia en este mundo como individuos. Ambos, C y M, se aferran a aquellos elementos a los que adjudican algún tipo de valor y los definen en un tiempo y espacio en específico. Para C, aparente músico de profesión, es el hogar donde viven y una canción con elementos populares que ha compuesto. Cuando C ya no está, la canción que inicialmente no causó una gran impresión en su esposa se convierte en la manera de recordarlo; su manera de revivirlo.

Lowery también está interesado en la brevedad de la vida y las características infinitas del tiempo, pero entrar en detalles sobre esto sería arruinar una de las más grandes sorpresas de la película. La fotografía de Andrew Droz Palermo y la edición del propio Lowery exploran el paso del tiempo y su gradualidad de maneras refrescantes. Cuando parece estar en pausa, la cámara se enfoca casi cuatro minutos en Rooney Mara mientras se come un pastel sentada en elpiso de la cocina. Cuando pasa volando, Affleck sale de una habitación desierta para entrar a otra alborotada por los nuevos inquilinos. El tiempo no se detiene y poco a poco se va esfumando todo rastro de quien fue el fantasma en vida. Esto, es infinitamente más aterrador que cualquier susto o maquillaje elaborado.

A Ghost Story se exhibe actualmente en los cines de Fine Arts en Miramar.

Crítica de A Ghost Story con Casey Affleck
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