Tal vez la única falla que le puedo encontrar al documental Mala Mala, luego de una sola sentada, es que debió haber sido más largo.
El filme de Antonio Santini y Dan Sickles llega a las salas de Fine Arts este jueves, 22 de octubre como una de las propuestas locales mejor trabajadas en años, pues me rehúso a hablar de la extensa historia del cine boricua sin el conocimiento necesario. Lo que sí puedo afirmar con seguridad es que en mis 27 años, no recuerdo haber visto una película puertorriqueña con valores de producción que no tienen nada que envidiarle a los del cine hollywoodense. Tampoco olvidemos la gran relevancia de este tema en un momento en que se empiezan a reconocer los derechos la comunidad LGBTT. Mala Mala explora las interminables luchas legales de la comunidad, el discrimen y otros aspectos no muy atractivos, pero igual de reales. Sin embargo, el documental funciona mejor como una celebración de la comunidad, los individuos que la componen, sus metas e inseguridades, pero más que nada, su abierta y auto-celebrada sexualidad. Santini y Sickles no buscan victimizar a sus sujetos, sino presentarlos con el necesario nivel de empatía.
Mala Mala se enfoca en nueve individuos de la comunidad transgénero y cada una de sus historias, todas igual de fascinantes que los sujetos que las cuentan. Ivana Fred, una de las voces más influyentes de la comunidad representa, entre otras cosas, al transexual que ha logrado completar su transformación. Para hacerlo, sin embargo, tuvo que salir del país. Como expresa Soraya Santiago en un brillante intercambio con ella, Fred es la Barbie que, más entrada en edad, descubrirá si aún puede identificarse como mujer.
Santiago, de 65 años, asegura que no solo se trata de ser una reina de belleza, como es el caso de Alberic, un hombre por el día y drag queen por las noches que disfruta del cuerpo con el que nació con la misma felicidad que le causa un baño de burbujas. Para Fred -a pesar de enfatizar sobre su importancia- trabajar duro para mantener las curvas no es su única prioridad. Fred también se desempeña como líder y portavoz en los diferentes foros a los que es invitada. Además, dedica parte de su tiempo a repartir condones a las trabajadoras sexuales para promover el sexo seguro y fundó el Butterflies Trans Foundation. Soraya, quien se expresa elocuentemente sobre la comúnmente malinterpretada disforia de género, tampoco entiende la necesidad de utilizar el término transexual cuando la meta es alcanzar un género definido.
Muchas de estas mujeres, como es el caso de Sandy, se ven obligadas a trabajar en las calles para generar ingresos. Personas ajenas al discrimen laboral que hasta hace poco fue legal en el país lo descartarán como una “excusa barata”, pero la expresiones de Sandy no se alejan de la realidad de la comunidad transgénero. Sandy, a pesar de ser blanco de marginalización por vender su cuerpo, es uno de los sujetos más cautivantes del documental y tal vez el único que completa su arco. La Roxanne puertorriqueña resalta por la crudeza y honestidad con la cual se expresa y provee, junto a la llamativa dirección que la acompaña en su cotidianidad, los momentos más emocionantes del documental. Sandy no siente lástima de sí misma o de su trabajo, mucho menos de quién es. Esta aceptación es el denominador común de estos nueve sujetos, incluyendo a Paxx, un hombre que vive atrapado en el cuerpo de una voluptuosa mujer y que aún no sale del clóset ante su familia. Samantha también ha tenido que acostumbrarse a su cuerpo a pesar de nunca haber completado su transformación, la cual tuvo que interrumpir por los efectos secundarios de consumir hormonas que adquirió en el mercado negro.
La hipnotizante cinematografía se encarga de resaltar a sus sujetos con la capital de fondo, acompañado de, pero nunca interrumpida por las melodías de la banda Buscabulla y su relajante “métele bien bellaco” y “hoy me pongo los tacos”, líricas que hablan verdades sobre la comunidad. Pero los momentos más genuinos llegan cuando la cámara se dedica a seguir a sus sujetos ya sea caminando en la ciudad, en medio de una sesión de fotografías o de “performance” dentro de un club y hasta en la intimidad de la recámara, utilizando un consolador como micrófono.