Cinderella, del director Kenneth Branagh (Thor), es la más reciente versión “live action” de un clásico de Disney, parte de una alienación de películas similares que comenzó en el 2010 con Alice in Wonderland de Tim Burton.

La película, a diferencia de Maleficent (2014), es prueba definitiva de que no hace falta reinventar un clásico para que se sienta fresco. La dirección de Branagh, la espléndida cinematografía y un excelente trabajo del elenco principal le dan a Cinderella el toque necesario para ser el mejor de cuatro estrenos que llegan a nuestras salas de cine este jueves, 12 de marzo.

La película recuenta la historia que ya todos conocemos sobre Cinderella, su malvada madrastra, personificada a la perfección por una tenebrosa Cate Blanchett, sus tontas y vanidosas hermanastras y el príncipe encantador (Richard Madden). Tampoco puede faltar el hada madrina que cambia su vida en una mágica noche llena de carrozas, lagartijas y ratones que se convierten en caballos. Esta última llega encarnada de la siempre extraña pero efectiva Helena Bonham Carter, y no podría visualizar a alguien más en el papel. Todo lo que hizo de Cinderella (1950) un clásico animado está presente, aunque a veces llegue de una manera más relevante al cine moderno.

Tal vez el mayor cumplido que tengo para Cinderella es que es visualmente asombrosa. La radiante fotografía de Haris Zambarloukos viene complementada por un impresionante diseño de producción de Dante Ferretti (Hugo). El trabajo de ambos le dan un look elegante a la película que no veía desde películas como Pride & Prejudice y Atonement de Joe Wright. La escena del famoso baile en el que el príncipe se dispone a escoger a quién será su esposa es, y no me queda duda, la más que se destaca de una colección de escenas confeccionadas con mucha cautela, atención al detalle y colores vibrantes que proveen un “look” muy parecido a la película original que raya en el homenaje.

Sin embargo, la verdadera elegancia viene con la actuación de la ganadora del Oscar, Cate Blanchett (Blue Jasmine), como la malvada Lady Tremaine, madrastra de la inocente Ella. Blanchett luce imponente desde su entrada, luciendo un estrambótico vestido negro capaz de robar tu aliento. Me habría dedicado el resto de la película a anticipar el regreso de Blanchett a escena de no ser por la inglesa Lily James, quien demuestra ser una verdadera revelación a sus 25 años. James es la perfecta personificación de la idea central de la historia, la cual gira alrededor de una mujer “valiente y bondadosa”, el último deseo en vida de su madre (Hayley Atwell).

El problema de Cinderella, dentro de todo el espectáculo visual y actuaciones sólidas, es que sus personajes son hoy, casi 70 años después, un reparto de clichés con poca profundidad, con excepción de esta nueva versión de Tremaine.

Además, la historia de Cinderella resulta problemática para la audiencia moderna. En medio de la interminable lucha por los derechos de la mujer, la idea de que la verdadera felicidad de una mujer depende de un hombre no es sólo discutible, si no que anticuada, y eventualmente despoja al personaje principal de la valentía que se supone la caracterice. Al final, solo nos queda una mujer bondadosa y sumisa, enmarcada en la adecuada dirección de Branagh.