Por Orlando Maldonado – @omaldonado2
Tal vez fue mi temprana exposición al lado oscuro del internet o mi admiración por la filmografía del director danés, Lars von Trier, pero Fifty Shades of Grey es una gran decepción cuando se toma en cuenta que su principal atractivo son las alegadas escenas de sexo explícito, demasiado controversiales para el público de Malasia. En otras palabras, Fifty Shades of Grey no es más fuerte que una escena de sexo de una serie de HBO, mucho menos educativa. Sin embargo, cuando se reconoce que esta adaptación va dirigida a un público en particular, compuesto de fieles fanáticos de la serie literaria, la primera de tres películas no es el monumental desastre que muchos nos atrevimos a profetizar.
Anastasia Steele (Dakota Johnson) es una estudiante de literatura inglesa que recibe la tarea de entrevistar a un joven y ridículamente apuesto magnate llamado Christian Grey (Jamie Dornan), cuando su mejor amiga, una estudiante de periodismo, se enferma el día antes del encuentro. Como el clásico cuento de hadas – en este caso, la obra literaria inglesa – nace una atracción entre la aficionada de los libros y el exitoso empresario, quien además es un ávido practicante del BDSM ( Bondage; Disciplina y Dominación; Sumisión y Sadismo; Masoquismo), y eso es sólo el comienzo de los trastornos de un hombre que necesita ayuda profesional urgente y no parece estar consciente de ello.
Christian Grey es un hombre perverso, pero ese no es su único problema. Además, es un hombre controlador y agresivo, acostumbrado a obtener todo lo que quiere. Ana, por su parte, es una coqueta profesional determinada a cambiar la personalidad del hombre que acaba de conocer. Nada saludable sale de una relación donde ambas partes intentan cambiar al otro constantemente.
Este tipo de relación enfermiza es el tipo de relación que la autora E.L. James intenta representar como romántica, y logra de cierto modo. Algo debe estar haciendo bien para haber vendido más de cien millones de copias, pero después de haber experimentado Fifty Shades of Grey, está más claro que nunca que ser una buena escritora no es una de las razones detrás de su inigualable éxito. E.L. James es una mujer inteligente, de eso no hay duda. Lo que empezó como “fan fiction” de Twilight ha adquirido su propia personalidad, aunque una bastante similar al material que sirvió de inspiración.
Uno de los problemas más graves de la película es la evidente falta de conocimiento sobre el S & M, tema que el filme Nymphomaniac exploró mucho mejor en un par de escenas que esta película en más de dos horas. Pero aún más perturbador es el giro romántico que recibe el comportamiento enfermizo del protagonista, lo que resulta en un preocupante vitoreo dentro de las salas de cine, repletas de mujeres convencidas de que Christian es el hombre perfecto y que el amor puro y real será lo que finalmente lo despoje de sus inusuales fantasías sexuales.
El problema no es que cuando Christian Grey le confiesa a Anastasia que con ella puede hacer cosas que ninguna otra mujer lo había inspirado a hacer resulte difícil de creer. Hay cierto grado de honestidad reflejada en sus palabras y acciones a través de la película. En un punto de la película hasta le permite a Ana enmendar el nada menos que perturbador contrato que la “sumisa” debe firmar antes de entrar al mundo de placer de Christian, el “Amo”. El problema – al menos uno de ellos – es que la química entre los dos protagonistas es hipotética, falsa, inexistente. Toda escena de diálogo parece más una lectura de guión que la escena dramática de una película.
El problema tampoco son los actores, quienes venden sus personajes convincentemente, aún cuando Dornan lucha constantemente con la dificultad de esconder su acento irlandés. Johnson, por su parte, resulta mucho más carismática de lo que habría imaginado, tomando en cuenta que su personaje es básicamente el reflejo de Bella Swan de Twilight.
¿Entonces cuál es el gran problema que atraviesa Fifty Shades of Grey?
La historia que presenta es demasiado problemática para simplemente dejarla pasar como ficción, especialmente en un momento donde se discute la posibilidad de implementar la perspectiva de género en la educación del país. La película irresponsablemente explora temas delicados como el acecho y la violencia doméstica y los baña de azúcar. Siempre y cuando el tipo se vea como Christian Grey y posea todas las riquezas del mundo, está bien si de vez en cuando te quiere castigar con un látigo. Evidenciado en sus deseos de enmendar el contrato, Ana tampoco está muy entusiasmada con la idea de ser la esclava sexual de un hombre que no hace el amor, sino que “coge fuerte”.
Defensores del libro argumentarían que existen trastornos detrás de su comportamiento que se exploran detalladamente en el libro. Sin embargo, la función del libro no es complementar la historia presentada en la pantalla grande, sino que es simple y sencillamente una fuente. Una debe funcionar sin la otra, y la realidad aquí es que la película apenas toca el origen de sus fantasías sexuales.
Fifty Shades of Grey no es otra cosa que pornografía socialmente aceptable, y ni tan siquiera en ese aspecto logra dejar atrás su estatus de “fan fiction” para la generación de Twilight; una que nunca superó la frustración que les causó el que Bella y Edward esperaran hasta el cuarto libro para tener sexo.