Por Orlando Maldonado
La mayoría de las personas llevamos vidas egoístas, aún cuando no estamos conscientes de ello. Nuestra percepción del resto del mundo e interacción con las cosas y personas que nos rodean depende de lo que podamos sacarle para nuestro beneficio. Eso no significa que seamos malas personas o que no pensamos en los demás; es sólo que primero, al menos la mayoría de las veces, pensamos en nosotros. Estoy seguro de que se puede llevar una vida satisfactoria de esta manera, pero probablemente nos perderíamos de algunos de los aspectos más placenteros de ella; esos que nos hacen crecer y entender mejor cómo funciona este tiempo que tenemos en la Tierra.
Este es el caso de Greg Gaines, protagonista de la película “Me and Earl and the Dying Girl”, la gran ganadora del Festival de Sundance que finalmente llega a las salas de cine de Puerto Rico este jueves, 23 de julio. Greg es un joven introvertido en su último año de escuela superior, período durante el cual su mayor logro había sido mantenerse invisible para el resto de la escuela, menos para Earl (RJ Cyler), a quien describe como su compañero de trabajo aunque en realidad es su mejor amigo. Greg y Earl son amantes del cine y durante años, se han dedicado a grabar sátiras de sus películas favoritas.
Cuando Greg es obligado por su madre a pasar tiempo con una compañera de escuela que fue diagnosticada con leucemia, una de sus compañeras de grado sugiere la idea de dedicarle uno de sus filmes. Rápidamente florece una amistad entre Rachel (Olivia Cooke) y Greg, que, como anuncia el mismo protagonista en las primeras líneas de narración, cambiará su vida para siempre.
“Me and Earl and the Dying Girl” no es tu típica película sobre un paciente de cáncer. No se trata de un “tearjerker” al estilo de “The Fault in Our Stars” o el menos memorable “A Walk to Remember”, sino de un “coming of age movie” con más encanto que lágrimas forzadas. Aunque la película se desarrolla en el transcurso de un año, vemos madurar al protagonista mientras aprende, con la ayuda de su maestro de historia, que no dejamos de aprender sobre una persona cuando abandonan este mundo. La película tampoco es una historia romántica, como nos recuerda Greg en varias ocasiones en que la película pudo haber tomado un rumbo predecible, pero no lo hace.
El filme está lleno de estas cortas intervenciones por parte del protagonista. Mientras que la mayoría funcionan, otras se sienten forzadas con el propósito de hacer una película diferente, lo cual resulta curioso. Si tu meta es hacer una película original, basta con hacer una película diferente. Cuando insistes en anunciar una y otra vez cuán original es tu historia, sólo logras proyectar tus pretensiones. Aunque “pretencioso’ es uno de esos adjetivos que aparecen hasta en la sopa últimamente, creo que es la única palabra que podría describir el trabajo del director Alfonso Gómez-Rejón y el guionista Jesse Andrews, cuyas influencias son evidentes desde el comienzo de la película.
Los primeros 10 minutos de la película parecen extraídos de una película de Wes Anderson, donde resaltan tiros simétricos y una cámara que oscila de una acción a otra sin la necesidad de un corte. Afortunadamente, una película es la suma de todas sus partes y con la excepción de algunos momentos débiles como los anteriormente mencionados, “Me and Earl and the Dying Girl” es mayormente honesta, conmovedora e increíblemente graciosa.
¿Los responsables? Un elenco principal cuyas actuaciones, a pesar de tratarse de una tragedia, resaltan por su sutileza y crudeza y no por ser “over the top”, algo que que usualmente caracteriza estos dramas y tragedias. Greg no es necesariamente la mejor persona del mundo, sin embargo, el actor Thomas Mann trabaja el personaje con el balance perfecto de carisma y egoísmo que evita que lo termines odiando. Olivia Cooke, por su parte, hace una honesta transición de una joven esperanzada a una aterrorizada y eventualmente resignada con la idea de morir. Rachel también madura, y en el proceso, impacta la vida de un joven que alardeaba de sabérselas todas, cuando en realidad no sabía nada.
“Me and Earl and the Dying Girl” es una tragedia, pero eso no es un secreto. Lo maravilloso es que tampoco intenta ocultarlo, para que cuando el momento llegue, no te tome por sorpresa. Es casi como si el director intentara restarle importancia a la muerte para destacar los momentos más memorables, los cuales no dependen de tragedia o diálogo deprimente, sino de visuales conmovedores que revelan más de estos personajes que cualquier línea de diálogo, lo que comprueba que nosotros, al igual que Greg, siempre vimos a Rachel reducida al malestar que causaría con su muerte, lo que solo refleja nuestra manera egoísta de mirar el mundo.