TOMORROWLAND: Promesa de un mundo que nunca se concreta

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Por Orlando Maldonado


El más reciente largometraje del celebrado cineasta estadounidense, Brad Bird, explora una idea sorprendentemente simple pero más relevante que nunca. La idea de que el planeta Tierra se nos cae encima poco a poco y no hacemos nada al respecto reaparece continuamente en el guión de Bird y Damon Lindelof, como un sermón que parece extraído de algún discurso del filántropo Al Gore. Cierto es que hay una verdad muy alarmante en la preocupación que han representado Bird y Lindelof, dos cineastas con mucha experiencia en poner al mundo al borde de la extinción en sus películas o de resaltar a un grupo de seres intelectualmente superiores al resto de la humanidad. Bird lo ha trabajado en películas como “The Incredibles” con un villano con complejo de superioridad. Lindelof, por su parte, hizo lo suyo en filmes como “Prometheus” y “Star Trek Into Darkness”.

El problema es que “Tomorrowland”, una película inspirada en una atracción de Disney World y clasificada PG no es necesariamente una película a la que fui preparado para explorar temas delicados. Si los avances servían de indicativo, “Tomorrowland” debía ser un filme de aventura en el que exploraríamos un mundo completamente nuevo y fascinante en el que podríamos despojarnos de toda preocupación que viene con ser adultos. Al menos ese era el mundo al que estaba listo para visitar. Para mi sorpresa, ese mundo fantástico nunca tomó una forma definitiva. De hecho, hasta se nos obliga a aceptar la dura realidad de que un lugar como este ya no existe.

“Tomorrowland” gira – de manera muy literal – alrededor de Casey Newton (Britt Robertson), una adolescente con aspiraciones científicas que de la noche a la mañana se encuentra entre dos realidades: El mundo poco inspirado que habita junto a su padre, un ex ingeniero de NASA y su hermano pequeño, y un desconocido y fascinante lugar al cual tuvo acceso por un tiempo limitado, pero lo suficiente como para despertar su curiosidad y querer regresar. Para lograrlo, Casey busca la ayuda de Frank Walker (George Clooney), un genio inventor que años atrás fue desterrado de este lugar que por el momento sólo existe en su memoria colectiva.

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En el ejercicio de experimentar esta película, Casey Newton representa a la audiencia sentada en la sala de cine, esperando con ansias el retorno a aquel lugar que durante los primeros minutos de la películas se nos fue presentando en dosis pequeñas pero suficiente para  elevar expectativas lo más alto posible. La decepción más grande de “Tomorrowland” es que este lugar nunca se concreta de la manera en que anticipábamos. Si esto fuese un producto real, el Departamento de Asuntos del Consumidor ya habría recibido quejas suficientes como para lanzar una investigación. Es como si nos hubieran vendido un boleto para un evento que no incluye la función especial. Si no, imagina que estás en un festival de música sin acceso a la tarima principal. Las analogías anteriores deben ser suficiente para expresar claramente un sentimiento de decepción que se apoderaba de mí rápidamente mientras más se acercaba el final de una de mis películas más anticipadas del año. “Tomorrowland” había empezado y finalizado sin yo haberlo visitado.

Pero al menos el camino fue divertido, y aquí es que entran los visuales – a veces impresionantes y a veces decepcionantes – del visionario Brad Bird. En el camino hacia Tomorrowland, Bird y compañía coquetean con tecnología que sólo podría existir en un lugar del futuro. Mochilas cohete son uno de los principales métodos de transportación y diversión en este mundo alegadamente perfecto. Armas pulverizan todo lo que toquen mientras que otras detienen el tiempo en un espacio determinado, pero eso no es todo. Si te dijera que uno de los monumentos históricos más importantes del mundo es en realidad una nave espacial que solo espera por el momento indicado para despegar, pensarías que se trata de la película más cool del verano. Por momentos, “Tomorrowland” coquetea con serlo. Tal vez por eso la simplicidad y sermoneo que caracterizan el tercer actor resultan tan decepcionantes, sin hablar de los pequeños “plot holes” que aparecen aquí y allá y que el espectáculo audiovisual que me habían prometido me hubiese hecho olvidar fácilmente.

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En medio de toda la acción está Athena (Raffey Cassidy), una niña robot y alguna vez reclutadora de mentes brillantes para un recién inaugurado Tomorrowland. Cassidy, de apenas doce años, es lo que en el cine se conoce como una roba escenas y por mucho, uno de los aspectos más satisfactorios de la película. Si de algo somos testigos aquí, es del nacimiento de una prometedora actriz que le roba el “spotlight” a la protagonista. Después de todo, se supone que este fuera el filme que serviría como vehículo para Britt Robertson, la próxima gran estrella de Hollywood. Eso, evidentemente, está por verse.

Nosotros, al igual que Newton, somos simples pasajeros de un “ride” que justo cuando llega a su punto más alto, te deja caer de cantazo y en reversa. A lo lejos y cada vez más pequeño, podemos ver rastros de lo que pudo ser pero nunca fue.