Lisbeth Salander, protagonista de la película The Girl in the Spider’s Web, es la heroína contemporánea que el cine necesita en el 2018, pero que sufre de limitaciones impuestas por un entorno que no la entiende a ella o lo que representa.
La tercera propuesta del uruguayo Fede Álvarez (Evil Dead, Don’t Breathe) también es la tercera ocasión en que se adapta el personaje de Lisbeth Salander a la pantalla grande. Sin embargo, su presencia en la pantalla grande nunca se había sentido más relevante, o mejor dicho, necesaria. En la era del #MeToo -movimiento que continúa inspirando a mujeres alrededor del mundo a finalmente hablar sobre sus experiencias con abuso sexual- un personaje como este, creado por el fenecido Stieg Larsson, cae como anillo al dedo. Es una pena que un filme con una deslumbrante cinematografía y elenco acertado también trabaje un guión que juega con elementos trillados y una imperdonable reducción de uno de los personajes más importantes de la literatura sueca en años recientes. Afortunadamente, un elenco de principales y secundarios mantienen a flote una película con más elementos positivos que negativos.
The Girl in the Spider’s Web está basada en la cuarta novela de la popular serie literaria, Millenium. También es la primera de dos secuelas oficiales escritas por el autor sueco, David Lagercrantz, quien tomó control de la serie tras la muerte de Larsson en el 2004. La película es también ambos, una secuela de The Girl with the Dragon Tattoo del director David Fincher y un reinicio con actores diferentes. La historia sigue a la infame “hacker” y vigilante, Lisbeth Salander, esta vez interpretada por la inglesa Claire Foy (The Crown, First Man). Tres años desde la última vez que colaboró con el periodista Mikael Blomkvist (ahora Sverrir Gudnason, antes Daniel Craig), Lisbeth acepta un trabajo “imposible”, según su contacto. El trabajo, siguiendo las tendencias del cine de espionaje, consistiría en robar un peligroso programa, único en sus existencia, que le permitiría a quien lo posea control total de los sistemas de defensa de cualquier potencia en el mundo. Esto, en buen español, se traduciría a una catástrofe nuclear. En el proceso, Salander es forzada a reconciliarse con fantasmas de su pasado que reviven una serie de abusos en su niñez y un mejor entendimiento de su evolución a vigilante.
Es este mismo concepto de “vigilante” que el guion de Álvarez, Jay Basu y Steven Knight deciden abandonar tras una genial re-introducción del personaje en la segunda secuencia de la película. Los 5 minutos de duración de la secuencia encapsulan todo lo que representa Salander: una voz para las silenciadas; una salida para las que viven atrapadas en sus propios hogares; y el futuro… no, el presente de la representación femenina en el cine. Con una capucha y maquillaje que intenta cubrir su rostro, aunque no del todo, Lisbeth sirve justicia en forma de castigo a uno más en su listado de Hombres que Odian a las Mujeres (título original en sueco). Acto seguido, Álvarez coloca a su personaje principal en una premisa completamente diferente, en la que los verdaderos villanos que Salander solía perseguir son reemplazados por contraseñas y programas de destrucción masiva. Es un acercamiento más técnico de lo que habríamos podido anticipar, más uno que saca provecho de las habilidades de la “hacker” más famosa del país, pero más importante aún, un individuo que siempre está dos pasos adelante de sus enemigos. Son todas estas características de una exitosa vigilante. Sin embargo, audiencias más exigentes en el 2018 habrían reaccionado mejor a una heroína que responde a sus intereses en lugar de los de un programador millonario con sentimiento de culpa.
Queda en manos de Foy mantener viva la esencia de Salander en un momento en que el cine la necesita con urgencia. En su segunda mejor actuación del año (justo después de First Man), la protagonista de The Crown se coloca fácilmente como la Lisbeth Salander más carismática de las tres que han llegado al cine. Es la heroína de un importante movimiento, rodeada de un equipo creativo que no la entiende. Es víctima de lo que aún no puede controlar, y esto, por sí mismo, es una de las lecciones más importantes de The Girl in the Spider’s Web, directa o indirectamente.