Cuando se logra ver más allá de su fraudulenta estrategia de mercadeo, la tercera entrada del reciente pero popular “clover-verse” es un decepcionante filme de ciencia ficción que plantea preguntas y provee pocas respuestas.
En el 2007, el productor J.J. Abrams nos introdujo a una innovadora manera de mercadear un proyecto con Cloverfield, cuyo primer avance carecía de un título y solo leía 1-18-08, lo cual fue suficiente para crear anticipación. Fue hace exactamente 10 años que esa película logró $170 millones en la taquilla global y una legión de fanáticos que hasta ayer habrían estado dispuestos a consumir cualquier cosa que llevara la palabra “Cloverfield” al frente. Fue por esto que Abrams, también creador de la serie Lost, adoptó la fórmula del “mystery box” para 10 Cloverfield Lane, un “thriller” inicialmente llamado Valencia que fue re-empacado a última hora para formar parte del recién anunciado universo cinemático de Cloverfield o “clover-verse”.
Ingeniosamente, Abrams había rescatado una excelente propuesta original del director Dan Trachtenberg, a la cual proveyó una oportunidad real al éxito global bajo una marca reconocida. Con un presupuesto de solo $15 millones -$10 millones menos que la primera-, 10 Cloverfield Lane se convirtió en un éxito taquillero que superó los $110 millones y recibió el sello de aprobación de los críticos. Dos años después, Abrams encontró la manera de superarse a sí mismo con The Cloverfield Paradox, filme que fue anunciado durante la primera mitad del Super Bowl LII y que estrenó en Netflix una vez el partido había finalizado.
De esta manera, tanto la plataforma de “streaming” como Abrams habían completado la mejor jugada de la noche: vender un filme con cualidades de algo que iría directo a video en la misma plataforma en que otros estudios aprovechaban para anunciar la nueva película de Jurassic World, la más reciente y épica aventura de Dwayne “The Rock” Johnson, una nueva película de Star Wars y el evento más grande del Universo Cinemático de Marvel hasta ahora. Ante los ojos del mundo, The Cloverfield Paradox era un evento cinematográfico digno de la pantalla grande que estaría disponible en nuestras salas inmediatamente. Sin embargo, la realidad es otra, pues se trata de la más reciente propuesta mediocre que oficialmente forma parte de una biblioteca original de películas malas que se añaden semanalmente al catálogo de Netflix.
Para ser justos, la trama de The Cloverfield Paradox podría pertenecer a cualquier de esos filmes de gran presupuesto, de esos que encabeza la estrella del momento, Dwayne Johnson. En busca de una nueva fuente de energía para el planeta Tierra, un grupo de astronautas embarca en una misión internacional a bordo de la Estación Espacial Cloverfield (Cloverfield Station, anyone?). La misión, según detallada, es poner en funcionamiento un acelerador de partículas que pondrá fin a las guerras por la escasez de energía. En la misma línea de un episodio de Black Mirror -uno muy mediocre, debo mencionar- la tripulación descubre que la tecnología supuesta a acabar con los conflictos en la Tierra, lo que ha hecho es hacerla desaparecer. Como si fuera poco, la misión fallida parece también haber afectado a la tripulación, la cual comienza a ser cazada un miembro a la vez por las consecuencias del mal uso de esta tecnología… en resumidas cuentas.
Tripulantes nuevos aparecen dentro de las paredes de la estación con cables incrustados en su piel. Otros simplemente pierden algunos de sus miembros para que luego re-aparezcan controlados por sí mismos. Esto, como consecuencia directa de un viaje forzado a una realidad alterna a la que no pertenecen. Esta tripulación no está siendo acechada por un Xenomorph o alguna otra criatura perteneciente a los clásicos de ciencia ficción de los que toma prestado. Los perpetradores de esta misión están siendo eliminados, uno a uno por su propia ignorancia y limitado conocimiento de la tecnología destinada a salvar a la humanidad del hambre, pero que en lugar ha alterado el tiempo y espacio.
Por cada desacierto, The Cloverfield Paradox provee con al menos un acierto, empezando con su talentosísimo elenco. Por desapercibido pasará el importante hecho de que esta película contiene uno de los más diversos elencos en la historia del género, anclado por dos protagonistas negros en Gugu Mbatha-Raw y David Oyelowo. El resto del elenco también hace de tripas, corazones con el problemático guión que es incapaz de introducir de manera orgánica una trama secundaria en la Tierra, cuyo único propósito es atar la trama del espacio con la trama de la Tierra, la cual se desarrolla durante el primer ataque del monstruo de Cloverfield. The Cloverfield Paradox -originalmente God Particle- se preocupa más por pertenecer a este universo compartido que por explorar la ciencia y los personajes de una trama que en otras manos habría sido un título digno del “Twilight Zone” que se buscaba crear con esta marca.
La especialista en comunicaciones, Ava Hamilton (Mbatha-Raw con la carisma que la hizo resaltar en Belle y Beyond the Lights), es el único miembro de la tripulación que recibe un poco de trasfondo, una rara profundidad de la que carecen otros personajes como Tam (Zhang Ziyi en el equivalente a decir presente en el salón de clases), Schmidt (Daniel Brühl como el alemán una vez más), Mundy (Chris O’Dowd criminalmente desperdiciado) y Jensen (Elizabeth Debicki y el porte que resaltaría en cualquier realidad alterna). Hamilton, quien perdió a sus hijos a causa de la misma escasez de energía que los llevó al espacio, es confrontada con la única interesante decisión de la película.
Pero en servicio de un guión que no puede concluir esta pesadilla espacial sin un “shout out” a la película original, esta es una decisión que nunca estuvo en manos de la protagonista, sino del guionista que tuvo el honor de conectar, como todo un Victor Frankenstein, un filme mediocre con una franquicia que iba en ascenso. El resultado es un producto incompleto y problemático que tal vez habría encajado mejor en algún universo alterno que no es el nuestro.