Nolan, maestro técnico al fin, divide la historia en aire, mar y tierra y comienza a crear expectativas para el momento en que las historias queden alineadas. En la tierra, un joven soldado inglés (Fionn Whitehead) busca la manera más rápida de llegar a casa. En el mar, un civil (Mark Rylance) y su hijo adolescente obedecen el llamado del gobierno británico de asistir en el rescate. En el aire, pilotos de la Real Fuerza Aérea Británica intentan despejar los cielos de bombarderos alemanes. Entre estos últimos resalta Tom Hardy como el piloto casi anónimo Farrier. Su rostro permanece cubierto gran parte de la película, mientras su nombre es revelado tarde en la historia. Apropiado, pues Dunkirk es lo más lejos que Nolan ha estado de la exploración de personajes.

El celebrado director de la trilogía de The Dark Knight tomado riesgos en su carrera, pero ninguno al nivel de Dunkirk: una exploración del desespero del hombre en circunstancias extremas. El director de otros espectáculos visuales como Interstellar e Inception supera todo tipo de héroe con su más reciente película. Comúnmente confundido con cobardía, Nolan decide plasmar la angustia y desilusión de soldados que esperan por una muerte segura. Poco heroico si se compara con los usuales héroes de guerra que estamos acostumbrados a ver en el cine. Queda más que claro que esto no es American Sniper u otra propuesta de propaganda de guerra que usualmente se confunde con buen cine.

Dunkirk presenta la guerra en su estado más crudo, sin la necesidad de incurrir en visuales perturbadores, violentos o sangrientos. Dunkirk tampoco es Saving Private Ryan, filme que en su primer acto ya nos ha enseñado los terrores de la guerra. Más que mostrarnos, a Nolan le interesa que la audiencia esté presente; ahí en la playa con los soldados, o en el aire con los pilotos. Con sonido impecable, poco diálogo y tomas amplias con las que mantiene vivo el formato de 65 mm, Nolan hace todo lo posible por crear una de las experiencia más inmersivas de todos los tiempos, y lo logra.

Pero no lo habría logrado sin el compositor Hans Zimmer, quien trasciende las bandas sonoras derivadas que ha trabajado en los últimos años con un trabajo de esos que marcan un nuevo rumbo en las carreras de autores. Para añadir desespero a la historia, Zimmer adorna este espectáculo audiovisual con el sonido de un reloj en diferentes tiempos que acompaña una excelente mezcla de sonido y “score” que no descansa hasta que que comienzan a rodar los créditos finales. La audiencia tampoco descansa, pues aunque es la propuesta más corta de Nolan desde su debut con Following, demuestra ser el tiempo necesario para que el suspenso nunca merme.

Dunkirk se exhibe actualmente en las salas de cine de Puerto Rico, incluyendo IMAX.

Crítica de DUNKIRK de Christopher Nolan
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