Nueve años después de que Pixar parecía haber finalizado la historia de “Toy Story” en su punto más alto, el gigante de animación vuelve a sorprender con una secuela que se siente tan fresca, adulta e ingeniosa como sus tres antecesoras.
“Toy Story 4” no es la conclusión a una historia que queríamos, pero al igual que su protagonista, es la que necesitábamos. La cuarta entrega de esta popular franquicia animada (la base de Pixar) derrumba todo escepticismo que acompañaba a la idea de deshacer aquella perfecta conclusión de hace casi una década. Con un cuarto capítulo que parecía innecesario, los guionistas Andrew Stanton y Stephany Folsom han logrado convencernos de que no todos los cabos sueltos habían quedado atados tras aquella emotiva transición de dueños que vio a Andy pasar sus juguetes a la pequeña Bonnie, quien ahora se prepara para la escuela. En adición, han creado una historia que aborda crisis existenciales mientras mantiene la esencia de sus personajes más queridos e introduce al más fascinante en su historia: Forky.
La nueva secuela abre nueve años antes de que Woody (Tom Hanks), Buzz (Tim Allen) y el resto de la pandilla de juguetes pasaran a manos de Bonnie. Una secuencia bajo la lluvia contesta una de las más grandes incógnitas que surgieron con la tercera película y es, a su vez, uno de los mayores logros visuales de la franquicia. Paralelo a la audiencia y a los personajes de esta serie también ha evolucionado la animación computarizada, la cual continúa siendo revolucionaria 24 años después de su histórica introducción en el cine. Otro salto en el tiempo nos coloca en el presente, exactamente en el día de orientación de Kindergarten de Bonnie, quien se rehúsa a ir a la escuela sin un juguete. Aquí entran Woody y su incansable búsqueda de la mayor felicidad para su dueña, a quien intenta proteger de la misma manera que hacía con Andy.
En busca de un nuevo propósito tras Bonnie haber perdido interés en él, Woody decide vestirse de héroe una vez más, e indirectamente aporta a la creación de Forky (Tony Hale), el nuevo juguete favorito de Bonnie, y lo mejor que le ha pasado a esta franquicia desde la llegada de Buzz Lightyear. Convencido de que es basura, pues está hecho de un tenedor plástico y otros elementos que Woody encuentra en un zafacón, las tendencias suicidas de Forky – constantemente en busca de un zafacón en el que pueda saltar- ocupan a Woody como nunca antes. Cuando en medio de un “road trip” familiar el vaquero pierde de vista a un confundido Forky, el guion recicla la historia del juguete perdido y encamina al sheriff en un proceso de re-descubrimiento y madurez necesario para un juguete que ha perdido su propósito. A la vez, Woody desborda su experiencia y conocimiento en su nuevo amigo, quien está por aprender lo que significa ser un juguete mediante una inesperada relación parental que provee una nueva perspectiva al respetado vaquero y antiguo líder de la pandilla.
Perdido una vez más, Woody se reencuentra con viejos amigos, quienes a su vez lo introducen a nuevas adiciones a la alineación de juguetes, entre ellos Duke Caboom (Keanu Reeves), un orgulloso “stuntman” canadiense incapaz de completar un salto sin estrellarse. Mediante nuevos amigos y aterradores enemigos, la historia explora algunos de las más oscuros relatos de juguetes olvidados y sin propósito como Gabby Gabby (Christina Hendricks), una villana que invita Woody y a la audiencia a sentir empatía por uno de los personajes más oscuros de la serie y los aterradores muñecos de ventrílocuo que la protegen.
Para Pixar no es extraño barajar temas maduros en medio de una aventura para toda la familia. “Toy Story 4” no es la excepción a la regla. En esta ocasión, Woody sirve como el vehículo perfecto para abordar una serie de temas complejos que separan a Pixar del resto de los grandes estudios de animación, pues es logrado sin perder de vista que se trata de una película para niños.
Una vez más, Pixar guarda su golpe de sentimentalismo más fuerte para el final. Al igual que su predecesora, la historia de “Toy Story 4” va moviendo sus fichas para alinearlas en un emotivo tercer acto, también dirigido a los fanáticos más fieles de la serie: aquellos que han estado con ella desde sus comienzos en el 1995. Se trata de una estrategia que comienza a restarle fuerza al momento cuando la audiencia empieza a anticiparlo. El sentimentalismo forzado siempre ha sido una de las más grandes debilidades de Pixar, estudio que en su larga y exitosa historia ha sabido tirar de las cuerdas del corazón en el momento indicado.
En esta ocasión, resulta difícil aguantar las emociones al final, no necesariamente por méritos propios de esta cuarta historia, sino por el historial de estos personajes y el camino que han trazado otros creativos en sus 24 años de historia. Es la conclusión de una historia que nunca imaginamos necesitaría una, pero es más que bienvenida.