Como bien mencionó el actor húngaro, Géza Röhrig, durante una sesión de preguntas y respuestas luego del estreno de la película en Toronto, la mayoría de las películas inspiradas en El Holocausto son relatos de supervivencia con un final feliz y desviado de lo que fue la realidad para la mayoría de sus víctimas. Además de haberse trabajado hasta el cansancio tanto en Hollywood como en el cine extranjero e independiente, el ya casi un subgénero del cine puede pecar de sentimentalista con mucha facilidad.
Diferentes cineastas nos han obsequiado diversos relatos sobre el evento. Con Spielberg fuimos expuestos a la brutalidad y el horror, con Benigni a una ternura poco usual considerando el material y Tarantino hasta se dedicó a cambiar la historia con “Inglourious Basterds”. Nemes, con su primera película, trabaja tal vez la historia más íntima que se haya desarrollado dentro de los campos de concentración, por lo que la excelente “Phoenix” queda fuera de la contienda.La película gira alrededor de Saul (Röhrig), un prisionero y miembro de la unidad Sonderkommando, grupo seleccionado para llevar a cabo la terrible tarea de quemar los cuerpos de otros prisioneros que ellos mismos condujeron a su muerte, la mayoría de las veces bajo el engaño de que iban a tomar una ducha para luego ser alimentados. En medio del horror que representa tener que trabajar para aquellos que matan a los suyos y que inevitablemente dispondrán de él también, Saul parece encontrar el camino hacia la redención cuando decide hacer lo moralmente correcto con el cuerpo de un niño al que toma como si fuese su propio hijo. Ahora, su principal prioridad es hallar a un rabino entre los prisioneros que lo ayude a enterrar su cuerpo antes de alcanzar el mismo destino cuando el cansancio lo traicione y ya no sea útil en el trabajo.
“Son of Saul” no es como otros filmes sobre el holocausto, evidente desde las primeras tomas de la película, en las que Nemes decide enfocarse, de una manera muy literal, en la cara de Saul y su expresiones en medio del proceso de trasladar prisioneros, desnudarlos y convencerlos de entrar a una cámara de gases, para luego disponer de sus cuerpos, limpiar la cámara y clasificar sus pertenencias.Lo que la diferencia de otros filmes que explorar la crueldad de estos campos, es que aquí la cámara se mantiene alejada del horror, desenfocada y de cierta manera, avergonzada. Se escuchan gemidos, sollozos y gritos, vemos montañas de cuerpos de forma borrosa pero la cámara pocas veces abandona la cara de Saul, donde se refleja, más que el horror, una cierta familiaridad y tranquilidad en sus acciones que resulta igual de aterradora que los gritos de decenas de hombres y mujeres que atraviesan las gruesas puertas de los hornos, a las que estos “ayudantes” son obligados a apoyarse para escuchar los gritos de las víctimas que desvanecen mientras mueren por sofocación.
Aunque las imágenes tienen el mismo impacto que una que se nos muestra a todo color, su razón de ser en esta película es, más que impactar y forzar un sentimiento, servir como un necesario recordatorio de una abominación que nos perseguirá por el resto de nuestra existencia en este universo. Saul, por su parte, representa una parte de Auschwitz que por alguna razón se ha perdido en décadas de relatos. Pocos filmes tocan el tema de estos comandos especiales, quienes eran asesinados si no seguían las órdenes de los Nazi, pero si de algo estoy seguro, es que ninguno lo ha hecho con la honestidad de “Son of Saul”, una de esas películas que se incrustra en ti y se rehúsa a abandonarte, así como el sentimiento de culpabilidad del que Saul intenta deshacerse.