El irreverente antihéroe de Marvel (pero no del MCU, al menos todavía) está de vuelta en una secuela que ofrece más acción, más risas, más comentario meta y, sorprendentemente, más ideas progresivas que cualquier otra película de superhéroes.

En la secuela de la película “R” más exitosa de todos los tiempos, Deadpool recibe la inesperada visita de Cable (Josh Brolin), un mutante del futuro cuya misión en el presente de Wade Wilson es eliminar a otro mutante, un niño llamado Russell (Julian Dennison), por razones que el estudio ha preferido mantener en secreto (con razón). La situación se presta para que el vulgar mercenario decida, en contra de sus convicciones, trabajar en equipo. Cuando el intento de unirse a los X-Men no da resultados, el paso más lógico es confeccionar su propio equipo, conocido entre fanáticos como X-Force, un nombre que, al igual que los orígenes de su líder, se deriva de otras marcas preexistentes. Su primera misión: llegar a donde el volátil Russell antes que Cable.

Luego de haber explorado la historia de origen del personaje titular, el paso más orgánico para una joven franquicia que se ha popularizado por no seguir las reglas era virar todo patas arriba, con un filme que desafiara todo lo que la primera película estableció. Esto es exactamente lo que logra Ryan Reynolds, embajador del personaje, con Deadpool 2, una secuela que devela un lado sorprendentemente dulce del mercenario bocón y que se atreve a deshacer algunos de los cimientos de la primera película para llegar ahí.

Después de todo, se trata de una franquicia que encontró éxito en el alboroto y descomposición de los clichés más comunes del género, por lo que habría sido imperdonable que al menos no intentara -una vez más- ser diferente. El intento produce resultados de manera inmediata, con un sorprendente giro en la historia que el estudio impresionantemente ha logrado mantener fuera de la publicidad. Es el peso emocional de la película, ejecutado con máxima puntuación (y esfuerzo) por Reynolds y su nuevo director, acreditado como “uno de los que mató al perro en John Wick”.

Este es el tipo de humor “meta” que es recurrente en Deadpool y que lo separa del resto de los X-Men u otros personajes del universo de Marvel (pero no del cinemático hasta que el gobierno lo apruebe). Pero el humor referencial que traspasa la cuarta pared no habría sido suficiente para sostener una segunda película durante dos horas. Tampoco lo habría sido, por sí sola, la acción visceral de Tim Miller, director de la original. Conscientes de la urgencia de refrescarse constantemente, Ryan Reynolds y Leitch atacan algunos de los atributos más populares del personaje en los cómics, entre ellas sus tendencias poliamorosas y la evidente atracción hacia otros hombres.

Sí, Deadpool es bisexual en esta película y no hay nada que puristas o fanáticos conservadores puedan hacer al respecto, pues esta nueva capa del personaje se extrae directamente de las páginas de los cómics. Es una enorme victoria para una comunidad que hasta ahora solo había sido engañada con la promesa de representación en el cine comercial con roles de armario como Le Fou en Beauty and the Beast y Trini en la más reciente Power Rangers.

Sin embargo, sería un error pensar que la secuela intenta presentar al personaje como algún tipo de activista o representante de la comunidad LGBTT. Es la manera orgánica en que el guión de Rhett Reese, Paul Wernick en colaboración con Reynolds explora estos temas el mayor logro de la película. Un chiste en el tercer acto mejor representa la impecable ejecución de esta nueva dimensión del personaje, pero arruinarla aquí iría en contra de la esencia de un filme que en gran parte se sostiene de su espontaneidad y habilidad para sorprender en cada esquina, aún cuando se mueve a una velocidad de 100 chistes por minutos.

A este ritmo, es inevitable que gran parte del humor no registre como se había intencionado. Esta es una de las fallas, si se puede llamar de esa manera, que la secuela adopta de la primera película, donde la reacción de la audiencia a un chiste usualmente interrumpe el inicio de otro, que se pierde entre las risas. Más que una falla, es un “problema” que otras propuestas de comedia darían lo que sea por tener; humor en abundancia. Si Deadpool 2 carece de un mejor enfoque en tono y humor, compensa en sentimiento, una inesperada pero bienvenida adición que espantará a unos pocos, pero que atraerá a muchos más a esta refrescante franquicia que añade a un año en el que el blockbuster se presenta evolucionado y finalmente sincronizado con los tiempos.

 

Crítica de DEADPOOL 2 con Ryan Reynolds
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