“Fifty Shades Darker”, el anticipado segundo capítulo en la serie de adaptaciones de las novelas de E. L. James, es una experiencia fascinante, pero no por las razones que los fanáticos del cine habrían imaginado. Dos años después de que la primera entrega reinase durante el mes de febrero, la secuela hace muy poco para justificar la popularidad de la historia en el formato escrito. Al igual que el primer capítulo, la segunda de tres potenciales adaptaciones es un equívoco y desconcertante manual sobre relaciones de pareja, sexo y la práctica erótica del BDSM que parece haber sido desarrollado por Kimmy Schmidt justo después de haber escapado de cautiverio. Elimina el humor y el ingenio de la popular serie de Netflix, el carismático personaje principal y tienes Fifty Shades Darker, un documental involuntario de dos horas que solo se podría justificar cuando la tercera entrega termine, esperanzadamente, en tragedia.

La secuela toma lugar poco tiempo después de los eventos de la primera película, la cual culminó con la separación del millonario Christian Grey (Jamie Dornan) y la recién graduada de Universidad, Anastasia Steele (Dakota Johnson). Ahora una asistente en una famosa editorial de Seattle, Ana está decidida a continuar con su vida post-Grey. Christian, sin embargo, tiene otros planes: recuperarla. Con la promesa de llevar una relación libre de contratos, Ana decide intentarlo una vez más. En poco tiempo, aproximadamente diez minutos en tiempo real para la audiencia, Christian, experto manipulador, ha roto su promesa. Con la decepción, más de la audiencia que de la propia protagonista, llegan personajes secundarios en la forma de figuras del pasado de Christian que probarán ser un verdadero reto en la renovada relación.

La línea entre el comentario y la celebración del maltrato psicológico vuelve a desaparecer en “Fifty Shades Darker”, cuyo título debe hacer alusión al comportamiento de algunos de sus nuevos personajes, pues adjudicárselo a la relación abusiva entre Grey y Steele sería darle crédito a una autora que sabe de relaciones de pareja lo que Donald Trump sabe de derechos humanos. Sin importar de qué perspectiva se mire, Christian Grey es un hombre controlador y abusivo. En la secuela, la evidencia está más clara que nunca. La misma noche en que la recupera, Christian le obsequia a Anastasia una nueva computadora y teléfono móvil. El detalle habría sido descartado como romántico, de no ser por un pequeño pero importante detalle: ambos estaban fuera de sus respectivos empaques, listos para el consumo de una Anastasia significativamente más ingenua que la que vimos en la primera película.

Christian Grey, equipado con una cuenta de banco atractiva y pectorales irresistibles, tiene todos los síntomas de un hombre abusivo. En la historia del cine, cientos de actores y cineastas han explorado este mal social, el cual afecta a millones de mujeres y hombres en los Estados Unidos solamente. Sin embargo, pocos acercamientos han probado ser tan problemáticos como este. Existe una gran diferencia entre el comentario social y la potencial celebración de una relación enfermiza. Desafortunadamente, la autora ha tomado la ruta equivocada con su fan fiction historia, favoreciendo la idea errónea, pero común, de que la mujer ideal tiene el potencial de hacer cambiar al hombre abusador. Aunque errónea, la intención es admirable, pero deja de serlo cuando Anastasia, la clara voz de la autora, comienza a ignorar las preocupantes señales que emite un hombre que necesita ayuda profesional.

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Cada desliz es perdonado casi inmediatamente, incluyendo un perturbador intercambio de mensajes de texto en que Christian le prohíbe terminantemente realizar un viaje de trabajo a Nueva York con su nuevo jefe, un personaje forzado en la historia para suavizar el comportamiento enfermizo del protagonista. Jack Hyde, interpretado por Eric Johnson. Su apellido, una forzada e innecesaria referencia al personaje de Robert Louis Stevenson, no es la única pista para descifrar la dirección en que se dirige el personaje. La historia, como James la desea contar, necesita que Hyde se transforme en un ser más despreciable que su competencia, Christian Grey, y así sucede en una secuencia risible que intenta justificar un “The answer is NO” igual de perturbador que los acercamientos inapropiados de Hyde.

Con cada uno de los nuevos personajes secundarios, y hasta los anteriormente establecidos, la escritora desaprovecha la oportunidad de contrastar esta relación enfermiza con una saludable, o con la sabiduría y consejería de un tercer individuo con los pies en la Tierra. La familia de Christian es completamente desperdiciada, mientras que las figuras de su pasado, entre ellas la famosa Mrs. Robinson (Kim Basinger), solo existen para justificar su comportamiento. Comparado con ellos, es inevitable ver a Christian como el menor de los males.

Con la partida de la directora Sam Taylor-Johnson también se fueron algunos de los elementos que funcionaron en la primera película. En “Fifty Shades of Grey”, el alcance del joven multimillonario siempre fue fortalecido con tomas aéras de su edificio y la ciudad, viajes en helicóptero y amplias tomas de su lujoso apartamento. Taylor-Johnson, quien abandonó la franquicia tras encontronazos con la autora sobre la dirección del proyecto, enfatizó en el elemento de cuento de hadas que atrapó a millones de lectores que también se dieron cita en el cine. También se fue por la borda -en referencia a un viaje en yate que sustituye el viaje en helicóptero de la primera- la Anastasia que estaba dispuesta a cuestionarlo todo; la que nunca firmó el contrato en la primera película y salió por la puerta cuando se sintió incómoda.

El sexo fue la atracción principal de la primera película, pero aquí pasa a segundo plano, con cada encuentro sexual tomando lugar justo después de una discusión. El misterio de la habitación roja ya ha desaparecido, y para Ana, la práctica ya perdió toda emoción. También se esfumó el sentido común de dos personajes que se contradicen constantemente. Anastasia Steele y Christian Grey representan lo peor de una sociedad que no pierde tiempo en juzgar e intentar predecir las intenciones del extranjero, pero que ignora la maldad en vecinos, amantes, o peor aún, en personajes ficticios.

Crítica: Relación enfermiza en FIFTY SHADES DARKER
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