El director coreano, Bong Joon-ho, nos entrega su magnum opus con “Parasite”, la principal candidata para el Oscar de Película Extranjera el próximo año.

No hay forma de predecir los giros y sorpresas de “Parasite”, una de esas pocas películas que logra reinventarse en cada esquina, resultando en una experiencia cinematográfica como ninguna otra. La película también es prueba contundente de que el cine coreano actualmente produce algunas de las voces más interesantes del séptimo arte en la actualidad, con esta siendo la parte alta de un movimiento al que han contribuido películas como “The Wailing”, “Train to Busan”, “The Handmaiden” y “Burning” en años recientes. 

“Parasite” arranca como una comedia liviana sobre una familia coreana de cuatro actualmente desempleada. ¿Su mayor preocupación? Recuperar el wi-fi de un vecino que recientemente lo ha protegido con una contraseña. En busca de una nueva señal de internet, la familia prueba cada esquina de su apartamento de sótano, cuya ventilación ofrece una limitada vista de la calle y el ocasional borracho que termina orinando o vomitando frente a ellos. La secuencia inicial establece un tono humorístico que reina durante la primera parte de la película, justo antes de convertirse en algo que habría sido imposible de predecir. El estatus de desempleo de esta familia cambia cuando Ki-woo, uno de sus hijos, es recomendado por un amigo universitario para reemplazarlo como tutor de los Park, una familia adinerada cuyas vulnerabilidades rápidamente se les presentan a la familia Kim, quienes no tardan en elaborar un siniestro plan para tomar control de las diferentes oportunidades de empleo que ofrece esta familia pudiente. So far, so good.

Por su primeros 30 o 40 minutos, la película parece ir en una dirección predecible, con el guion de Bong Joon-ho actuando como un narrador desconfiable. Mediante momentos de puro ingenio para esta familia, la película adopta un patrón engañoso que es solo uno de los trucos del director y guionista, quien tiene algo mucho más complejo en mente.  El gran plan de esta familia, agobiada por la falta de recursos, se desenvuelve como la trama de un guion que ha puesto en marcha los elementos necesarios, en los momentos necesarios. Lo que toma lugar una vez el plan de esta familia se ha concretado es uno de las más descabellados y fascinantes giros que se haya producido en el cine, finalizando la transformación paulatina de “Parasite” en un thriller sobre la marcada división de clases en Corea del Sur, aunque no le haría justicia adjudicar alguno de estos sellos, pues “Parasite” no es ni uno ni el otro, sino una creación singular de un director que ha atacado temas similares anteriormente, pero nunca con tanto control y refinamiento. Con esto en mente, la película sirve como excelente acompañante para películas como “Host” y “Snowpiercer”, del mismo director, e incluso la excelente “Burning”, para este servidor la mejor película del 2018.

Más que un director en pleno dominio de su destreza -sin restarle a la maestría de un cineasta en su mejor momento- “Parasite” actúa mayormente como una devastadora sátira social que, igual que sus protagonistas, constantemente desafía las reglas pre establecidas que rigen la manera de comportarse, en este caso, de hacer cine. La película finalmente establece a Joon-ho como un maestro del cine que, fácilmente pudo haberse mantenido en el territorio más seguro de la crítica social, pero que insiste en elevar la propuesta a algo mucho más difícil de digerir, aunque nunca completamente inaccesible.

Sigue nuestra cobertura exclusiva del Festival Internacional de Cine de Toronto, del 5 al 15 de septiembre.

Parasite: Un cine que se reinventa
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