TIFF 2018: Crítica de TEEN SPIRIT con Elle Fanning

Elle Fanning vuelve a brillar en Teen Spirit, una estilizada exploración de la industria de la música que funciona más como un largo video musical para un “medley” de éxitos de hoy que como una película.

Lo hemos visto mil veces. La extrovertida figura con talento escondido cuyo obstáculo principal son sus padres y limitaciones económicas. Se ha explorado hasta el cansancio desde los orígenes del cine, pero el director primerizo Max Minghella (The Handmaid’s Tale) parece estar consciente de ello, pues ha confeccionado un extendido videos musical para audiencias jóvenes que suelen devorar este tipo de contenido en su plataforma digital favorita. La expresión sobre utilizada y trillada de estilo por encima de sustancia aplicaría perfecto aquí, de no ser por una fantástica interpretación de la menor de las hermanas Fanning, e indudablemente la más talentosa. La cinta, reveló el director antes de su estreno mundial en Toronto, sirve de introducción a uno de los talento que aún no conocíamos de Fanning: su potente voz.

La actriz de 20 años interpreta a Violet, una tímida adolescente que sueña con el estrellato desde un pequeño pueblo en la Isla de Wight en el Reino Unido. Su madre, una mujer conservadora que apenas puede con la carga, sugiere que Violet limite sus talentos al coro de la iglesia, pero Violet tiene otros planes. Con la ayuda de un aliado improbable (Zlatko Buric) que rápidamente se convierte en su manejador, Violet se inscribe en una competencia de canto llamada Teen Spirit. Este podría ser su boleto a la ciudad de Londres.

Elle Fanning en Teen Spirit

Con un “soundtrack” curado por el propio Minghella como un Top 100 de Billboard, la experiencia de ver Teen Spirit se asemeja a la de ver un maratón de videos musicales, lo que hace sentido cuando descubres que la película fue producida por Interscope. Pero ojalá todos los videos musicales pudieran contar con el talento natural de Fanning, que hipnotiza en momentos tranquilos y electrifica cuando está en tarima. Su talento es innegable, pero Minghella y su directora de fotografía, Autumn Durald-Arkpaw, logran magnificarlo con “close-ups” y el estilo de filmación de video musical que en toda ocasión persigue a la estrella principal.

Estéticamente, el filme pasa con altas calificaciones, y también recibe puntos por haber grabado las interpretaciones de Fanning en vivo, dejando atrás la anticuada práctica de poner a los actores a hacer “playback” para luego grabar sus voces en una cabina. La voz natural y a veces imperfecta de Fanning añaden una capa de honestidad que se habría perdido de otra manera.

Es en la historia donde la película muestra sus debilidades, con un guion que extrañamente evita el conflicto y ofrece un camino despejado para el personaje principal, con poco para superar más allá de las creencias religiosas de su madre y una reclutadora de talentos (Rebecca Hall) de un sello discográfico que intenta firmarla antes de que pueda brillar en la gran competencia. Los pocos conflictos se resuelven tan rápido como aparecen, casi como a propósito para poder enfocarse en lo que parecer ser el propósito principal de esta película: vender una recopilación de éxitos contemporáneos de la música pop.